Cualquier momento del año es bueno para perder esos kilos de más y lucir un cuerpo más esbelto o, al menos, que podamos usar ropa del año anterior, en el caso de que sea verano. En este artículo, vamos a hablar de la ganancia (o su contrario, pérdida) de peso referido al incremento (o reducción) de la grasa corporal.
OBESIDAD
El sobrepeso y la obesidad son una acumulación excesiva de grasa, es decir, un aumento del tamaño y de la cantidad de células grasas del organismo, los adipocitos. La obesidad es un problema de salud de origen multifactorial que va asociado a otras comorbilidades, siendo las más frecuentes, diabetes mellitus tipo 2, hipertensión arterial, enfermedades cardíacas (insuficiencia cardíaca, cardiopatía isquémica…), enfermedades cerebrovasculares y determinados cánceres.
En el mundo, hay más de 650 millones de personas con obesidad. En España, en concreto, el 23,8% de la población es obesa, datos muy alarmantes por sí solos, pero, además, se puede apreciar en los diversos estudios, que se realizan a lo largo de los años, que las cifras van en aumento, lo que hace que sea un problema aún más preocupante y global.
Otro aspecto digno de mención es la cantidad de niños obesos porque, además, un alto porcentaje de ellos van a ser adultos también obesos, con sus consecuentes repercusiones para la salud. Por lo que nos aportan los datos, la obesidad se inicia en edades tempranas de la vida, cuando la dieta del niño depende exclusivamente de los hábitos del entorno familiar y después se puede ir agravando con la escuela y la adolescencia por los nuevos hábitos y estilos de vida poco saludables.
CLASIFICACIÓN DE LA OBESIDAD
A la hora de clasificar la obesidad, se usan parámetros distintos en niños y en adultos.
En niños se usan los patrones de crecimiento de la organización mundial de la salud o las tablas y gráficas de percentiles de Orbegozo. Dichas gráficas están diferenciadas por sexo y por edades. En este sentido, existen seis gráficas donde se compara edad/peso y edad/talla, todo en la misma gráfica, y cuatro gráficas desde los dos años hasta los 18 años, diferenciadas también por sexos, unas para edad y peso y otras para edad y talla, en gráficas diferenciadas.
En adultos se usa el índice de masa corporal (IMC) y el perímetro de cintura. El más usado es el conocido como índice de Quetelet que consiste en el peso medido en kilogramos dividido por el cuadrado de la talla en metro. Kg/m2, nos indica si el peso es normal o presenta un peso inferior o superior al adecuado para su talla y valorar los grados de sobrepeso y obesidad.
Como se refleja en la tabla anterior, la OMS define como sobrepeso un IMC mayor de 25 y la obesidad como un IMC mayor de 30. Clasifica tres grados de obesidad, de tipo 1 con un IMC de 30-34,9, tipo 2 con un IMC 35-39,9 y un grado 3 con IMC mayor de 40.
Según la Sociedad Español para la Evaluación de la Obesidad (SEEDO), la clasificación de la obesidad es más específica que la de la OMS, diferenciando grados de sobrepeso, de obesidad y de obesidad mórbida.
El perímetro de cintura o circunferencia de cintura es una de las medidas más aceptadas mundialmente. Se suele usar como medida adicional al IMC, ya que este último tiene ciertas limitaciones: no diferencia entre masa magra y masa grasa ni tampoco la distribución de la adiposidad.
El exceso de grasa alrededor de la cintura es un riesgo significativo para la salud, de hecho, hay estudios que demuestran que el almacenamiento de grasa en la cintura, es decir, abdominal, está relacionada con factores de riesgo como hipertensión arterial, diabetes y dislipemias. Aun cuando el IMC sea normal, hay evidencias de que la acumulación de grasa en la cintura supone un riesgo significativo para la salud. El perímetro de cintura no tiene esas limitaciones y permite estimar la obesidad visceral y el riesgo cardiometabólico. Por tanto, entre las dos medidas antropométricas se consigue hacer un diagnóstico mucho más adecuado.
El perímetro de cintura se debe medir por encima de la cresta ilíaca, de pie y rodear la cintura con la cinta métrica.
Según la OMS un perímetro de cintura mayor o igual a 102 centímetros en hombre y de 88 cm en mujeres indica obesidad abdominal y un alto riesgo de comorbilidades.
Por otro lado, existe una clasificación de la obesidad diferenciándola en función de la distribución de la grasa dando lugar a dos tipos:
- Distribución androide o central: la grasa se acumula en el tronco y en el abdomen. Está más relacionada con la diabetes mellitus, gota, ateroesclerosis y colelitiasis. Es más frecuente en hombres. También se conoce como tipo manzana y suele ser característica de los hombres.
- Distribución ginoide o periférica: en la que la distribución de grasa se acumula en la región del glúteo, caderas, muslos y piernas. Es de tipo periférico y puede provocar alteraciones mecánicas, respiratorias y/o circulatorias. Típica en mujeres por causas de origen hormonal.
Esta última conocida también como obesidad tipo pera o central es la más peligrosa, ya que implica una mayor proporción de grasa subcutánea y visceral. La grasa se va infiltrando en tejidos cada vez más profundos llegando a órganos tan importantes como el hígado o el corazón. El riesgo de padecer complicaciones cardiovasculares se incrementa. Es frecuente que el paciente presente además diabetes, gota e hipertensión arterial.
La grasa subcutánea está localizada por debajo de la piel y por encima de los músculos del abdomen. Por el contrario, la grasa visceral es la más profunda y se dispone por debajo de los músculos abdominales.
En la siguiente imagen que muestra un corte transversal se observa mejor la infiltración de la grasa visceral rodeando a los órganos:
Desde el punto de vista clínico, la obesidad con predominio de grasa visceral incrementa la resistencia a la insulina, induce un aumento en el tono simpático y eleva la actividad del eje renina-angiotensina-aldosterona, aumentando la reabsorción de sodio y la disfunción endotelial, factores que finalmente producen hipertensión arterial. El hombre tiene la edad de sus arterias.
ADIPOCITOS
El conocimiento acerca de la fisiología de la célula adiposa ha adquirido un especial desarrollo en los últimos años. Es así como, adicional al reconocido tejido adiposo blanco que acumula energía en forma de triglicéridos y al tejido adiposo café con mayor producción de energía en forma de calor, se ha identificado el tejido adiposo beige, que se podría clasificar como un adipocito flexible, con la facultad de producir energía en casos de baja temperatura o en condiciones especiales como ejercicio.
CARACTERÍSTICAS DE LOS DIFERENTES TIPOS DE CÉLULAS ADIPOSAS
Fenotípicamente, el tejido adiposo blanco cuenta con una simple inclusión citoplasmática; se encarga del almacenamiento de triglicéridos como consecuencia del proceso de lipogénesis y se caracteriza por una gran plasticidad y capacidad de expandirse o retraerse según la tasa energética de la persona. Según el estímulo, se liberan ácidos grasos como resultado del proceso de lipólisis, el cual es regulado por el sistema nervioso simpático, principalmente por la norepinefrina.
Por el contrario, los adipocitos café presentan múltiples inclusiones lipídicas citoplasmáticas y numerosas mitocondrias. Desde el punto de vista metabólico, dada su mayor vascularización y gran actividad metabólica, los ácidos grasos son metabolizados rápidamente, lo cual favorece un óptimo consumo de oxígeno y producción de calor. Muchos estímulos ambientales o moleculares pueden incrementar la aparición de los adipocitos café. No obstante, el principal estímulo es la exposición al frío.
Por otro lado, el tejido adiposo beige tiene características morfológicas en común con los tejidos adiposos blanco y café. La naturaleza de estas células es controvertida, aunque se cree que su origen es secundario a la diferenciación desde los adipocitos blancos o por diferenciación desde el mismo precursor celular. Cuenta con una inclusión lipídica simple, similar a la de los adipocitos blancos, pero ante estímulos como la exposición al frío su comportamiento es similar al del adipocito café. La capacidad termogénica y su posible rol en la regulación de la obesidad y resistencia a la insulina son motivo de estudio en la actualidad. El tejido adiposo se puede considerar el órgano endocrino más grande, con capacidad de sintetizar hormonas de acuerdo con su fenotipo y localización.
Cuando engordamos los adipocitos aumentan hasta 5 veces su tamaño inicial, este proceso se conoce como hipertrofia y además se multiplican unas 5 veces, lo que se conoce como hiperplasia, es decir, más células grasas de mayor tamaño cada una de ellas.
Las repercusiones metabólicas no aparecen hasta que es superada la capacidad de almacenamiento del tejido adiposo para acumular grasa y hasta el momento en el que la obesidad provoca cambios morfológicos y funcionales en los adipocitos. Al darse estos dos sucesos (pérdida de la capacidad de almacenamiento y cambios morfológicos del tejido adiposo), se desarrollará un tejido adiposo ectópico y disfuncional, desarrollándose lipotoxicidad periférica y dando lugar a la aparición de la resistencia a la insulina y al estado de inflamación sistémica típico de la obesidad.
Pues bien, al bajar de peso los adipocitos reducen su tamaño, ellos adelgazan al igual que nosotros, pero no desaparecen. Nunca volveremos a tener un número tan bajo de este tipo de células; aquí radica la importancia de no subir y bajar de peso constantemente y la dificultad para alcanzar el anhelado peso de décadas anteriores.