La escritora peruana ha publicado Geografía de la oscuridad (Ed. Páginas de Espuma), un libro de cuentos en el que indaga intensamente los territorios íntimos, como es la casa, la familia.
A través de un amigo, habíamos quedado conversar en una determinada hora. Yo la llamaba a un celular local, que estaba apagado y ella, en ese mismo instante, porque, supuestamente, no le timbraba, me había estado escribiendo al Facebook. Algo no funcionó. Nuestra cita era un desencuentro. Ocurrió que faltaba un dato, del que yo no estaba al tanto. Pero igual, como en todo cuento, no todo es oscuridad, hubo un feliz desenlace: yo le hice las preguntas desde Lima y Katya Adaui me respondió, por el Whatsapp, desde Buenos Aires.
El motivo de esta conversación es Geografía de la oscuridad (Ed. Páginas de espuma), un libro de 16 cuentos en la que Katya Adaui (Lima, 1977) ausculta ese territorio íntimo que es la familia. Y lo hace con una escritura breve, desnuda, que se quita de encima casi todo menos el verbo, con el que alcanza fuerza e imaginación poética para iluminar también ese vasto universo que es uno mismo.
Entiendo que Geografía de la oscuridad es como un paisaje no negado, como un territorio de la existencia. ¿Es así tu libro?
Sí, es un territorio por explorar. Lo pienso así: la familia es una cartografía, una geografía con sus ríos, sus afluentes, pero también con zonas percudidas, zonas de erosión. A mí lo que me interesa es dar cuenta tanto del río, pero también de la zona erosionada.
Claro, un tema de tu libro es la familia. ¿Cuánto hay de rostro y rastro tuyo en los cuentos?
Rostro, rastro y restos…
Sí, por supuesto, también restos.
Sí, me inspiran ciertas memorias, ciertos recuerdos, así como también ciertos olvidos. A partir de allí, trato de transformar la experiencia en una lava narrativa, en una materia volcánica hacia la imaginación. Creo mucho que cuando la escritura puede nombrar las cosas los monstruos se empequeñecen. Entonces, a mí me gusta esa cosa exploratoria hacia mi propia sombra, cómo esa experiencia se transforma en otra cosa, se transforma en escritura.
En el cuento “Un baño de oro”, el personaje dice “yo, fiesta pagana”. ¿Tu punto de vista es eso, desde una visión desacralizada, pagana del mundo, en este caso de la familia y de la memoria?
Hay algo, para mí, de sincretismo. Primero, esta cosa rarísima que tiene la familia, su zona de ambigüedad, que puede ser el amparo más total, más cálido, más de vientre materno y, al mismo tiempo, instancia feroz, abandónica, exclusiva. Pienso que es como dar cuenta de la sombra. La sombra nace a partir de la luz, no de la oscuridad. Quería cuestionar estas sombras que se instalan de manera inevitable, ineludible, irrevocable en el ámbito de aquello que damos por familiar, por seguro, por cuidado y por entrañable.
Si hablamos de territorios, de mapas, pienso en un continente, un país, una ciudad, un distrito, un barrio, y ahí está la casa. La casa es el territorio íntimo. En un cuento “Correr” se lee: “La casa es un puerto al que van a encallar cruceros perdidos”. ¿De allí partimos y allí a veces encallamos?
Sí, pero quise dar cuenta también del paisaje marino. Soy limeña, nacida en Pueblo Libre. Quise dar cuenta de la vida de barrio, la vida de los mercados, la vida en la que se podía hacer todo a pie y marcar esta cartografía, este territorio afectivo en que unías tu casa con las otras casas. La casa es un ecosistema que nadie sabe realmente qué está ocurriendo allí. Tenemos esa famosa expresión “eres luz afuera, pero de la casa hacia adentro eres oscuridad”. Quería dar cuenta de ese adentro y de ese afuera. En pandemia, los estamos viendo, no podemos concebir no tener un lugar donde guarecernos, y, sin embargo, esa es la realidad de muchas personas en el mundo. Si tienes casa, a veces no puedes volver, si no la tienes, no tienes a donde ir.
Nélida Piñón, a propósito de su libro La camisa del marido, me decía que en la familia está la bendición, pero también la maldición, un nido del bien y del mal.
Absolutamente. La podríamos ver en términos místicos, religiosos, como el lugar donde acontece al mismo tiempo Dios, el diablo, el cielo y el infierno y todos los que participamos en esa zona. Es el lugar de las primeras frustraciones, los primeros descubrimientos, las primeras promesas, las primeras premisas, las primeras decepciones, los primeros encuentros y malentendidos. Entonces, cómo no estar cargada de algo que es, a la vez, muy sagrado y que, urgentemente, pide ser cuestionado y ser reescrito. Se ha dicho que este libro es sobre padres, pero yo creo que es un libro sobre hijos. Hijos e hijas que se agarran de una narrativa familiar para trastocarla, desmitificarla y empezar a escribir sus propias historias a partir de un lenguaje propio también.
Sí, se ha dicho que tu libro destaca la figura del padre. No voy a tocar ese tema, sino señalar que también aparece la madre y a través de expresiones muy severas. En “Un lugar seguro” se lee: “Tiene a su madre alojada en la garganta”. Me imagino como un atasco, una espina. En otro, le dice: “Si pudiera, te ahorcaría”.
Es verdad eso. Yo también lo noté mientras escribía que las madres eran terribles, incluso hay dos hijas que las interpelan directamente. En el cuento “Correr” y “En un lugar seguro”. En “Correr” incluso cambia le persona narrativa y le responde: “Madre, basta”, y le habla al padre: “Padre, ojalá hayas podido levantarte y levantarnos”. El padre es una presencia, por supuesto, importante y fuerte, pero cuando un niño o niña se cae, a donde va a buscar refugio es a los brazos de la madre. Yo tengo una imagen de niños y niñas viendo a sus papás hablar con otras personas y estos niños, no soportándolos, van corriendo y las madres les abren las piernas… y quieren meterse allí. Esa vuelta imposible al útero materno. Qué tremendo depender tanto de otro corazón, qué tremendo querer que así sea también que uno vuelva a buscar ese amor. No es un amor incondicional, está mediado de cómo es uno y de cómo uno va a vivir su propia vida.
Y hay más, en “Despierto toda la noche” se dice: “Te puedes ir a la mierda, mamá, y no me des tu dirección”.
Sí. Son las expectativas de las madres. Por un lado, los hijos como que quieren reparar, con lo cual el hijo o la hija nace con una responsabilidad de vivir por su madre lo que ella no vivió. Entonces, hay madres fagocitantes y se oponen a todo lo que quieren sus hijos sin dejar que ellos y ellas alcancen su propia plenitud.
De tu cuento “Domingo”, subrayo esta suerte de concepto sobre la infancia: “La infancia es una sucesión de domingos”. ¿Eso es anclar la memoria en los años felices?
Sí, la infancia como una sucesión de domingos en los cuales uno nunca se sentía solo. En la infancia, el domingo es el día esperado: “hoy no hay clases, y te respondían: ´no, hoy vamos a la playa, al parque, al zoológico. Hoy visitamos a los abuelos”, pero en la adultez, el domingo se hace oscuro, se hace insoportable, es evocación de la soledad. Para mucha gente, el domingo es un días más que aburrido. Entonces he tratado de rendir homenaje a esos domingos cuando dábamos a nuestro mundo por seguro, cierto e inmortal.
He advertido en tu libro cierto pesimismo. Tú has hablado de las sombras, como esas manchas de aceite o petróleo que se extiende por el mar. En el cuento “El que no está” se lee “El mundo siempre parecía en extinción”. ¿Asistimos a la extinción del mundo?
Yo, contrario a lo que escribo, tengo un optimismo respecto a la vida, siempre cuidándome de que no sea un optimismo cruel. Un optimismo bienintencionado. Es que confío en cada gesto de amor. En cada destello de esperanza, me entrego y confío. Creo que el mundo es todavía de la gente buena, de la gente solidaria. El mundo es de los buenos por más que los malos se encarguen de demostrar lo contrario. Cuando escribo, yo no pienso en términos de bien o mal sino en dar cuenta de ese instante en que todo va a ser trocado a otra cosa, para bien o para mal. El mundo parece estar en extinción, pero no es así, todavía hay música, todavía hay amor.
Entiendo, eso es por el lado subjetivo, personal, vivenciales, propios. Te lo planteaba por el lado ecológico, por lo que estamos viviendo. Por ejemplo, en el cuento “Casas como cimientos en el río” se lee “El sistema invasor somos nosotros”, “la naturaleza debería retomar lo suyo”. Se ha dicho que el virus del Covid 19 ha saltado de un animal hacia el hombre porque este ha invadido su hábitat…
Absolutamente. Yo soy una admiradora y lectora de Terry Tempest Williams, una activista, ambientalista y escritora. Yo pienso mucho en esta frase que escuché alguna vez: “ecología sin inclusión es jardinería de blancos”. Creo eso. En el libro, el reino animal, el reino vegetal, están presentes. Es que nos olvidamos de la vida de las plantas, del agua, de la vida de la Tierra que están y estarán siempre en mi escritura. Y no escribo desde una posición de denuncia sino intento celebrar su belleza, su persistencia. No concibo la vida sin los otros y eso incluye a los no humanos, como el reino animal y vegetal.
Lo decía también por el cuento “El reino de lo impar”, en donde, a manera de avalancha de residuos, en una playa, todas las cosas son impares, como zapatillas, zapatos. Expone un mundo arrasado, contaminado. Pero ecológico también porque en otro cuento se exclama: “Mi hija se ha convertido en mi animal favorito”.
Te agradezco tu lectura porque me iluminan de cosas que yo no sabía del libro. El cuento “El reino de lo impar” está inspirado en la playa de Órganos, en Piura, durante el niño costero del 2017. Fui testigo de primera mano de cómo llegaban al mar una infinidad de zapatos, todos impares. Entre todo, una pata de palo también que, por supuesto, como los zapatos, a alguien le perteneció. Pero al día siguiente, vinieron las retroexcavadoras y se lo llevaron todo y quedó como si nada hubiera pasado. Sabemos que murieron cantidad de personas y se perjudicó muchísima gente. Pero seguimos llamado “fenómeno” a algo que ocurre siempre cada 4 o 6 años. Cómo podemos llamar “fenómeno” a algo que siempre va a ocurrir. Por qué nos sorprende siempre algo que ya hemos visto que arrastra vacas, saca muertos de sus tumbas, arrasa pueblos. Se naturaliza. Naturalizamos todo en este país plagado de problemas estructurales, geográficos, pero al mismo tiempo poseedor de una belleza vastísima. Siempre me pregunto, qué recojo yo de mi país tan tanático. Lo vemos, mucha gente marcha a gritar un fraude que no existe justo en un centro de vacunación, habiendo tanto lugares donde pueden ir a marchar.
-No les importa…
Sí, es cosa de pensar en los otros, de no pensarnos uno con los otros. Todo eso me llega a mí cuando escribo, porque no concibo el mundo sin ternura, tampoco mi propia escritura.
Eso de ir al centro de vacunación fue una marcha de la maldad…
Esta bien que marchen, tienen derecho, pero allí no…
Donde se está salvando vidas…
Por supuesto, sobre todo cuando tú ya te vacunaste fuera. Ya no le importa la vida del otro. Y sus gritos, “quiero que mi voto cuente”, bueno, pero cuenta también el voto del otro, del que piensa diferente, pero no se respeta. Entonces, es muy duro todo esto. Pero para mí, si el mundo sigue funcionando es porque hay más bondad en el mundo que otra cosa. Yo quiero creer eso y es así como lo veré, creo, hasta mis últimos días.
Ahora hablemos de tu lenguaje. Para mí, una prosa escrita a martillos, por sus frases cortas, a golpes de verbos. No tiene el coloquialismo discursivo, descriptivo, que se suele hacer en las narraciones. Más bien está provista de una fuerte pulsión poética, aunque tú has dicho que no le vas a la poesía como escritura.
Será porque a mí me encanta trabajar con el verbo. No me gusta adjetivar porque el adjetivo le resta imaginación al lector. Es una especie de control. Solemos leer quizás una literatura que abusa de ese control, el de querer darle al lector, lectora, todo deglutido, puesto en la boca. A mí no me interesa darle en la boca, sino darle en la mano. Escribe conmigo, lee conmigo, acompáñame a pensar la literatura como un lugar de cuestionamiento también para el lenguaje. No como en un colegio, donde todo es gramatical: sujeto, verbo y predicado. Lo interesante de la literatura es que si sabes estas reglas, juega a romperlas. Esa es la escritura para mí, la búsqueda poética, el arrastre de la trama por el lenguaje.
Rosa Montero una vez me dijo que el cuento es como mirar desde la venta y que la novela es transitar por el paisaje. ¿El cuento es tu espada literaria?
Yo ya no pienso en términos de géneros como cuento, poesía, novela. Me interesa la cosa híbrida, la cosa porosa, poder saltar de un género a otro y sorprenderme ver qué ocurre allí. Cuanto más mestizaje haya entre géneros, más rica la escritura, más rica la prosa, más rico todo. Para mí, la literatura es un lugar a donde voy a saborear. Ya no digo, con esa frescura que te da la juventud, nunca haré poesía, nunca haré novela. Se acabó ese pensamiento binario, ahora es a donde me lleve la escritura, a donde me lleve el lenguaje. Me aventuro, me adentro y no me anticipo a defenderme de lo que allí esté ocurriendo.
Es verdad, el autor de cuentos, de novelas, es un animal cuyo rastro es la escritura. Los críticos literarios, los académicos, los lectores, en general, son los que tienen la tarea de explicar cómo es ese rastro, acaso rastro de alacrán, Katya, para mencionar uno de los animalitos que aparecen en tu libro.
(Risas) Sí, yo, cuando escribo, me entrego al género que surja y cuanto más géneros estén allí colados, filtrados, mientras más contaminación cruzada haya, mejor será para mi escritura.