Cuántas veces hemos escuchado la frase “si tú no crees en ti, nadie lo hará”. Parece como si la confianza fuera algo que nos imponemos nosotros mismos y que va de dentro para fuera. Lo cierto es que las investigaciones y la práctica clínica nos demuestran que la confianza se aprende y se desarrolla siempre de fuera hacia dentro, o lo que es lo mismo, son nuestras madres, nuestros padres y maestros los que deben confiar desde un principio en nosotros para que podemos enfrentarnos a los obstáculos y dificultades de la vida con seguridad. Si queremos que nuestros hijos sean personas seguras, previamente, los adultos significativos que rodeamos a los niños debemos generar contextos de protección. Sin protección jamás habrá seguridad. Y también podemos afirmar lo contrario: aquellos niños que se desarrollan en contextos donde reina la inseguridad y el caos, es difícil que puedan sentirse seguros y confiados en sus relaciones con los demás. Si el mensaje que me trasladan mis padres y maestros es que el mundo es un lugar inseguro, impredecible y donde las personas nos pueden hacer daño, ¿cómo voy a ser capaz de confiar? Por lo tanto, la protección en la infancia promueve la seguridad, mientras que la desprotección invita a la inseguridad, la baja autoestima y la desconfianza.
Una de las características que más identifican a los bebés y niños pequeños es, sin lugar a dudas, su inmadurez. Venimos al mundo necesitando que, al menos, una persona se haga cargo de nosotros y nos cubra nuestras necesidades. La madre y el padre tratan de conectar con las necesidades fisiológicas y afectivas del recién nacido para, posteriormente, atender y cubrir aquello que precise. El neonato no confía en sí mismo ni es consciente de lo que supone la confianza. Solo gracias al amor, cariño y confianza de sus padres podrá llevar a cabo pequeñas acciones que le empoderen y le permitan ir ganando, poco a poco, confianza. Que nadie olvide que ya desde el momento del nacimiento tendemos a la autonomía y a saciar nuestra curiosidad. Tenemos ganas de valernos por nosotros mismos. Dice mi querida Pepa Horno que el ser humano no aprende a amar amando, sino sintiéndose amado. ¿Quién no ha escuchado alguna que otra vez la siguiente frase? “Si tú no te quieres a ti mismo, nadie podrá quererte”. Pero lo que no dice la frase es que para que yo me quiera a mí (me estime) es imprescindible que me hayan querido (o me quieran). No puedo saber lo que es el amor si no lo siento de otros. La habilidad de amar se desarrolla en interacción con los demás, no de manera solitaria. Lo mismo podemos decir de la confianza: el niño de seis años que se siente motivado a probar una nueva destreza lo hace con la gasolina y la energía que le aportan sus padres confiando y creyendo en él. No consiste en conseguirlo, sino en intentarlo y en ser perseverante en el logro de dicha destreza o tarea.
¿Qué ocurre con aquellos niños que han crecido en hogares o instituciones sin amor? Como veíamos antes, sin amor es muy difícil crecer de manera sana y plena. Los bebés necesitan ser abrazados, acunados y acariciados. No podemos perder de vista que somos mamíferos y la esencia de los mamíferos es el contacto emocional y físico. Aquellos niños que fueron abandonados emocionalmente y que no les cubrieron, de manera suficientemente buena, sus necesidades, lucharán a lo largo de su vida para que alguien les aporte aquello que sus padres no supieron o pudieron darles.
Veamos a continuación algunas ideas para desarrollar la confianza en nuestros hijos:
Trata de fomentar la autonomía de tu hijo, permitiéndole hacer todo aquello que esté dispuesto a hacer, siempre y cuando no existe un verdadero peligro.
Permite todas y cada una de las emociones. Legitimarlas es fundamental para que sienta que todas son correctas y normales.
Huye de la anestesia emocional, es decir, no caigas en el error de darles tu móvil o tu Tablet cada vez que experimenten una emoción de defensa muy intensa. Por lo contrario, legitima dicha emoción, conecta con tu hijo y ayúdale a regularla.
No seas cómplice de la ley del silencio. Habla de todo lo que le resulte desagradable a tu hijo para ayudarle a integrarlo. Recuerda que aquello que no nombras, no existe.
Amamos a nuestros hijos de manera incondicional. Esto quiere decir que nuestro cariño, atención y orgullo hacia ellos no depende de nada. Les queremos por el simple hecho de ser nuestros hijos.
*Rafa Guerrero es psicólogo y doctor en Educación. Director de Darwin Psicólogos. Autor de los libros “Educación emocional y apego” (2018), “Cuentos para el desarrollo emocional desde la teoría del apego” (2019), “Cómo estimular el cerebro del niño” (2020), “Educar en el vínculo” (2020) y “Vinculación y autonomía a través de los cuentos” (2021).