Eran los años ochenta. Fransiles Gallardo había terminado sus estudios de ingeniería civil en la Universidad de Cajamarca. Cuando vino a Lima, lo enviaron a trabajar como jefe zonal en la sierra de Yauyos. Pusieron bajo su cuidado mil cajas de dinamita y otras tantas de nitrato de amonio, que también son explosivos. Debía construir puentes, carreteras, canales, colegios y caminos, pero también debía cuidar de que los senderistas, como él dice, no se robaran ese volcán.
No pocas veces estuvo frente a senderistas o escuchó historias de sus colegas en percances con ellos. No pocas veces llegó a un pueblo en donde, primero, los habían arrasado Sendero y después los sinchis, o viceversa. Todas estas experiencias de violencia vividas y conocidas de oídas, Fransiles Gallardo (Cajamarca, 1954) las cuenta en un libro de relatos, Entre dos fuego. Historias de ingenieros, publicado por Arteidea Editores y financiado por el Colegio de Ingenieros del Perú.
Gallardo no surgió a la literatura de la noche a la mañana con este libro. Cuando era adolescente, a orillas del río Magdalena, en su tierra, mientras lloraba de amor, ya escribía versos y coplas. El rumbo de sus estudios quiso que sea ingeniero, pero sin abandonar la literatura. A finales de los años 70 ingresó a la Universidad de Cajamarca, y como esos átomos que buscan unirse con otros, se juntó con Bethoven Medina y Manuel Alcalde, otros poetas como él, que habían llegado allí.
Los tres conformaron un grupo literario que se hizo famoso en esos años, “Raíz Cúbica”. Mientras en Lima y otras ciudades formaban grupos, sobre todo entre poetas, en Cajamarca se juntaban tres estudiantes de ingeniería: Bethoven Medina, ingeniería agrónoma; Fransiles Gallardo y Manuel Alcalde, ingeniería civil.
“Cuando ingreso a ingeniería, tomo consciencia de que las ecuaciones que solucionan todos los problemas del universo están hechas de números y letras. Las incógnitas se dan en letras y las soluciones en números. Así que los poetas e ingenieros son dos paralelas que se unen. Unos construyen con fierros, cemento y ladrillos, los otros con palabras”, dice Gallardo.
Como justicia a “Raíz Cúbica” debemos decir que Bethoven Medina, además de haber publicado numerosos libros, en 1980 ganó el Premio Poeta Joven del Perú. Manuel Alcalde ha llevado al cine uno de sus libros, Qué bonita señorita. Gallardo tiene casi una decena de libros publicados, entre ellos Aguas arriba, Puka yaku, río de sangre y Estremecido gato montés.
Sierra de Yauyos
Instalado en Lima a principios de los años 80, Fransiles Gallardo se estrenó como ingeniero civil en la Corporación de Desarrollo de Lima (CORLIMA), equivalente a lo que es hoy el gobierno regional. Después de seis meses de trabajo en la capital, lo nombraron jefe zonal de la provincia de Yauyos, a donde tuvo que viajar.
“Me asignaron 32 distritos de la región en los cuales tenía que ejecutar 85 obras, como construir carreras, puentes, colegios, represamientos de lagunas, canales y caminos de trocha. Como una primera entrega, me dieron mil cajas de dinamita, como para volar todo Lima. Además, otro tanto de bolsas de nitrato de amonio, explosivo que sirve para hacer caminos”, cuenta Gallardo.
La preocupación del ingeniero no solo era realizar las obras, sino, en esos años, también el accionar de Sendero Luminoso, pues eran activos y toda esa zona colinda con Huancavelica y Junín.
“Se escuchaban noticias de que las columnas de Sendero, sobre todo de Huancavelica, nos rondaban. Y también buscaban explosivos y yo tenía mil cajas más el nitrato. Yo tenía miedo de que me roben ese volcán”, dice Gallardo.
Tenía que hacer obras en la cuenca de tres ríos: Cañete, Mala y Omas, que abarcan los 32 distritos. Así que optó por repartir el polvorín y ponerlos bajo la protección de las autoridades de los pueblos.
“No corrían peligro los grandes campamentos, porque tenían protección militar, sino nosotros, los ingenieros de campo, que íbamos solos. Visitar un pueblo solitario en la sierra de Yauyos era pensar qué te podía suceder”, afirma Gallardo.
Y como le sucedió, historia, además, como todas, ficcionada en uno de sus relatos.
Ocurrió en el asiento minero de Chauchas, en Yauyos. Había ido por unos barrenos y los cargaba en una camioneta, cuando de pronto alguien se acerca con poncho y pasamontañas y le dice que tiene un herido y que los lleve a Huancayo. Gallardo se disculpa porque tiene otra ruta, mientras sigue atendiendo los barrenos. En eso, siente el cañón de una pistola en sus costillas. No le quedó otra que ir con el chofer a un lugar cercano de matorrales donde subieron a un herido al asiento trasero de la camioneta.
–El Partido se lo agradecerá –le dice.
“Para ir a Huancayo teníamos que pasar por el control policial de Quero. Me presento como ingeniero y al percatarse del herido, les digo que es un obrero mío que se ha accidentado y lo llevo al hospital de Huancayo. Me advierte que los senderistas están cerca y se han enfrentado al Ejército y hay heridos. Cuando estábamos para partir, un policía, ya que voy a huancayo, me pide que lo lleve a Chupaca. Pretexto que tengo sueño y le pido que se siente adelante y que yo voy atrás, junto al herido. Me siento y noto que el otro senderista tenía el arma en manos bajo el poncho. Así llegamos de noche, bajó primero el policía y kilómetros más allá, los subversivos. Y me dejaron libre sin dejar de recibir el agradecimiento en nombre del Partido”, cuenta el ingeniero.
En otra ocasión, cuando llegó a trabajar en el canal de irrigación de Santiago Chico, se enteró de un suceso que le había pasado allí a un colega suyo. Entonces en ese pueblo no había alcalde, policía ni sacerdote porque Sendero ya había incursionado una vez. Solo un ingeniero que estaba haciendo una obra. Para mala suerte suya, los subversivos volvieron y detuvieron al ingeniero y a sus colaboradores. Lo acusaron de desobediencia puesto que habían dicho que nada se hacía sin autorización de ellos. Decidieron fusilarlos.
“Dicen que los pusieron mirando hacia la pared. Le reprocharon su desobediencia y ordenaron disparar”, cuenta Fransiles Gallardo.
Cayeron al suelo sus colaboradores, pero no él. No salía de su miedo, no sabía si estaba vivo o muerto, hasta que sintió humedad y olores fétidos en sus pantalones.
“No los mataron. Dispararon al aire. Sus colaboradores se tiraron al suelo por instinto y él creía que fueron muertos. Solo los amedrentaron. Y es que en esos pueblos cuando no hay alcalde, policía ni sacerdote, el ingeniero se convierte en autoridad. Y los senderistas quisieron desautorizarlo, humillándolo por esa vez. En otra ocasión, no viviría para contarlo”, explica el ingeniero.
Como ingeniero de campo, ha conocido a pueblos entre dos fuegos. Así fue en Huancaspata, en las alturas de Yauyos, encontró a la población sumida en llanto. Los senderistas habían llegado buscando a un soplón y al no encontrarlo, golpearon a la gente y dieron muerte a un joven y se llevaron a otros.
“Eso ocurrió en el amanecer y en la noche, cuando velaban al asesinado, ingresaron los sinchis buscando al mismo soplón. Como no lo encontraron, los acusaron de cooperar con Sendero, tras golpear a los comuneros, violaron a una muchachita, que era hermana del joven difunto”, cuenta Gallardo.
“Así estábamos, los pueblos y nosotros, los ingenieros, entre dos fuegos. Yo tenía la dinamita, por eso tenía miedo de que me la robe Sendero. Eso era robarse un volcán”, finaliza Fransiles Gallardo.