Es el oficio que sí le gusta. Lo ejerció en calles temibles, en las redacciones, en el vértigo de la coyuntura y en los sobresaltos de la política. Ahora, con la experiencia y sabiduría ganadas, forma discípulos desde la cátedra universitaria. Juan Gargurevich Regal (Mollendo, 1934) es un cronista de viejo cuño, de la generación 50, y acaba de publicar El juez de Uchuraccay y otras historias, un libro en el que recopila diez crónicas suyas. Entre ellas, la de Vargas Llosa acusado de ayudar a ocultar la verdad en el caso Uchuraccay; Arnaldo Alvarado, el “Rey de las curvas”, fuera de carrera dos burros; Janet Talavera, la última periodista de Sendero Luminoso, historias, como dice él, “que merecían ser contadas”.
“El periodismo ha sido una vocación temprana. En tercer año de secundaria me hice cargo de la revista del colegio San Agustín. Cuanto terminé, tuve interés de trabajar en un periódico. A los 20 años, ya estaba en el fuego de la noticia, en La Crónica”, dice Gargurevich.
A propósito, ¿cuál es la historia de que usted ha sido bombero?
Es que yo vivía en el jirón Ica, muy cerca del colegio de San Agustín. Muy cerca, en el jirón Caylloma, quedaba la Bomba # 7. Todos los chicos veinteañeros del barrio éramos bomberos. Fui a muchos incendios. Todos vestíamos de blanco, que era el uniforme de esa bomba.
O sea, ha tenido su temporada en el fuego.
Así es, primero en el fuego real y después, como periodista, en el fuego de la política.
En la historia del periodismo peruano se crearon diarios como instrumentos de partidos políticos. ¿Eso ha cambiado?
Ha cambiado en la medida en que los medios ahora están manejados como empresas. Cuando los gerentes ingresan a los periódicos, los criterios empiezan a cambiar. Antiguamente, La Prensa, por ejemplo, era un periódico político y tenía intereses empresariales muy conocidos. Durante muchos años el periodismo fue partidario. Bajo el nombre se leía “Diario independiente”, lo cual era totalmente falso.
En los 90, algunos medios vendieron su línea editorial…
Eso se ha visto durante el fujimorismo. Lo que pasa es que allí hay un tema con los diarios chichas, que se crearon para una línea editorial determinada. Pero eso no era periodismo, parecía periodismo. Tenía todo, pero olvidaban que el fin fundamental del periodismo es un servicio. La gente debe estar bien informada. Es como los alimentos, tienen que estar bien hechos.
El peligro de un medio es que se adhiera a una causa política…
Así era antiguamente. Pero en Estados Unidos, cuando se innovó, una de las cosas más importante en el nacimiento de un periodismo popular, fue descubrir que un periódico debe ser escrito para los que tienen diferentes religiones o diferentes visiones partidarias. Eso fue extraordinario. Antes no había periódicos independientes.
Usted cuenta que Beltrán les decía: “El editorial lo hago yo, ustedes escriban el resto”…
Eso era una mentira, por supuesto, porque todos los periodistas que trabajábamos allí seguíamos fielmente la política de Beltrán. Es que entre el periódico y la noticia que cubrir, siempre hay un periodista de por medio, una persona. Y esa persona no es neutral, todos tenemos una visión de la vida, un punto de vista. Pero hay periodistas muy buenos que son capaces de dar una versión casi fielmente de lo que pasa. Para eso se estudia.
Antes era un oficio de agallas…
Como yo (risas). Yo ingresé al periodismo y aprendí periodismo con el antiguo método de ensayo-error, que consistía en que tú escribes algo y el jefe de redacción lo agarra, lo estruja y te dice eso no sirve para nada y lo tira al suelo.
Eso lo vi hacer a Guillermo Thorndike en La República, cuando visité la redacción…
Y con groserías (risas). Así uno aprendía rápido dos cosas. Aprendías la línea política del periódico y sabes a quiénes no tocar y aprendías a escribir bien. Ahora los jóvenes para hacer periodismo van a la universidad. Los periodistas antiguos teníamos una virtud que no tienen los jóvenes ahora, éramos mejores lectores. Recuerdo que en la generación del 50, cuando nos reuníamos colegas de distintos medios, conversábamos sobre libros, cosa que no veo ahora.
Es verdad. Alguna vez entrevisté a Carlos Ney y sabía mucho de literatura. Era poeta.
Yo lo conocí. Trabajé con él en La Crónica. Era maestro de Vargas Llosa. Lástima que era muy bebedor y su carrera se agotó un tanto por eso.
La crónica no es ficción, ¿es una forma de hacer historia?
Definitivamente. La crónica por definición está basada en hechos reales. Los historiadores requieren de la prensa para completar sus investigaciones porque los periodistas son testigos presenciales de sucesos.
No sabríamos mucho de la conquista sin los cronistas.
Es cierto. Quizás la mejor crónica de la historia del Perú la escribió Ricardo Palma sobre el asesinato de Pizarro por los conjurados. Y lo hizo en el esquema clásico: exposición, nudo y desenlace, y todo basado en las crónicas. Si uno quiere saber cómo se escribe una crónica, hay que ir a esa crónica de Palma.
«El juez de Uchuraccay y otras historias». Juan Gargurevich.
«El juez de Uchuraccay y otras historias». Juan Gargurevich.
Crónicas de hoy
¿La crónica parlamentaria se ha extinguido?
Muy cierto. Había periodistas expertos en ir al Parlamento y recoger los debates. Lo que ocurre es que los parlamentarios ahora no tienen calidad, por decir lo menos. Entonces la gente ya no se interesa mucho.
Crónica en tono de diatriba a Becerril, Mulder, iría bien.
Sí, pues, se ha abandonado la crónica parlamentaria y también la judicial.
Usted habla de los inactuales. ¿Cuando la coyuntura no manda, se ponía un inactual?
En mi época se inventó una agencia de prensa. Se llama CRS (Con Recorte Solucionamos). Se compraba revistas y se publicaba textos. Pero eso era un periodismo de relleno.
Estaba la “refrigeradora”.
Sí. Recuerdo que Villarán estaba en Correo y no había nada con que cerrar, entonces abre el escritorio de Owen Castillo y allí había una crónica sobre asesinatos. “¡Owen, no me escondas los muertos! ¡Publica eso!”, empezó a gritar.
En sus crónicas, ¿dos burros sacaron de carrera a Arnaldo Alvarado?
Sí, así ocurrió, se le interpusieron dos burros en la carrera entre Buenos Aires y Caracas. Lo dramático es que los corredores llegaron a Lima cuando estaba ocurriendo el golpe de Estado de Odría, en pleno toque de queda.
Usted dice que la Comisión Vargas Llosa para el caso Uchuraccay fue ilegal.
Absolutamente ilegal. Se creó para cuidar las espaldas del gobierno. Nunca se cumplió legalmente el protocolo de investigación fiscal. Nada se hizo bien por presiones militares. Por eso todo está en discusión todavía. Hay gente de la familia que culpa a Vargas Llosa de complicidad, pero no es así, simplemente él no tuvo acceso a la información que se tiene hasta ahora. La Comisión de la Verdad ya dijo todo lo que pasó. Pero Vargas Llosa lo hizo de buena fe, de ninguna manera para proteger al gobierno ni nada.
Kapuscinski en el Cusco
¿Qué escribe actualmente? Estoy haciendo una crónica sobre el periodista italiano Luigi Barzini, quien fue el último de entrevistar en su lecho de muerte a Jorge Chávez. Hay que rescatar a esos periodistas porque nosotros estamos empapados del periodismo norteamericano, pero desconocemos el periodismo francés, ruso, italiano. El único que hemos logrado conocer bien es a Ryszard Kapuscinski, quien, además, estuvo en Lima en 1969.
En la Dirección de Promoción y Difusión de la Reforma Agraria, que dirigía Efraín Ruiz Caro, había un gringo alto. Efraín me dijo “te presento a Ryszard” y había sido Kapuscinski. Después se lo llevó al Cusco, a una toma de hacienda y conoció el episodio. Lo que no sabemos es qué escribió. Habría que ir a Polonia, quizás hay alguna crónica sobre la reforma agraria.
El dato
Trayectoria. Ha sido dos veces decano de la Facultad de Artes y Comunicaciones de la PUCP. Actualmente es profesor titular de Historia de la Comunicación y el Periodismo. Ha publicado 22 libros, entre ellos Vargas Llosa, reportero a los 15 años, Introducción a la historia del periodismo, La comunicación imposible e Historias de periodistas.