Un experimento revela una nueva forma de medir cuánto nos esforzamos por escuchar el habla en ambientes ruidosos, un signo temprano de sordera
Aproximadamente el 40% de las personas experimenta algún grado de pérdida de audición a partir de cierta edad. Aunque perder oído está sin duda relacionado con el envejecimiento humano, y es más frecuente en adultos mayores de 65 años, lo cierto es que puede empezar a producirse mucho antes, cuando las personas tienen entre 40 y 50 años.
Pero ¿cómo se puede saber con antelación que se está perdiendo oído o que se va a producir una sordera? A pesar de su uso generalizado, las técnicas de diagnóstico existentes pueden ser incapaces de detectar signos tempranos de pérdida de audición, como sentir que ya no se escucha el habla en entornos ruidosos o con mucha gente.
Por ello, algunos investigadores han intentado idear técnicas viables para detectar formas más sutiles de pérdida de audición, de modo que puedan tratarse a tiempo, antes de que sean irreparables. Con este fin, dos neurocientíficos del Instituto de Investigación Rotman de Canadá han estudiado recientemente la relación entre el esfuerzo auditivo y los movimientos oculares.
La pérdida de oído suele empezar décadas antes de que la notemos
«Normalmente diagnosticamos la pérdida de audición mediante una audiometría de tonos puros, en la que una persona escucha tonos puros a distintos niveles de sonido para determinar el nivel de sonido al que puede oír un tono antes de que sea demasiado bajo. A este punto lo llamamos umbral de audición», explica Björn Herrmann, coautor del artículo, a Medical Xpress.
«Si el umbral de audición es demasiado alto, lo que significa que el nivel de un tono debe ser relativamente intenso para que se oiga, posiblemente recetaríamos audífonos. Sin embargo, la pérdida de audición relacionada con la edad suele empezar antes, cuando las personas tienen entre 40 y 50 años».
Es en esa edad en la que muchas personas empiezan a tener dificultades para comprender el habla en entornos ruidosos, como restaurantes abarrotados o centros comerciales. Estas dificultades auditivas suelen ser precursoras de una pérdida de audición más importante que se produce más adelante en la vida.
«Solemos diagnosticar la pérdida de audición (mediante audiometría de tonos puros) una o dos décadas después de que aparezcan los primeros signos de dificultades en la percepción del habla», advierte Herrmann. Para identificar antes los problemas auditivos, los investigadores han estado intentando desarrollar herramientas de diagnóstico adicionales que capten mejor los aspectos sutiles de la audición de un paciente.
Entre ellos se incluyen los signos fisiológicos que sugieren que una persona está haciendo un mayor esfuerzo al intentar discernir el habla en entornos ruidosos, ya que esto podría indicar que está experimentando una pérdida de audición temprana. Si se identifican con éxito, estos indicios podrían ayudar a los médicos a evaluar mejor la pérdida de audición y el éxito de los tratamientos tempranos.
«A los médicos les gustaría medir el esfuerzo auditivo de forma objetiva. Preguntar a una persona cuánto esfuerzo le supone escuchar puede estar influido por su significado específico de la palabra esfuerzo», explica el investigador. «Las medidas objetivas se consideran ventajosas en contextos clínicos y de investigación». Te puede interesar: El nutriente bueno para el corazón, que reduce hasta un 20% la pérdida de oído y que apenas tomamos en España
Sentidos conectados: las pupilas dicen mucho de nuestros oídos
Estudios anteriores han puesto de relieve varias respuestas fisiológicas que se producen mientras uno se esfuerza por escuchar. Una de las que se menciona habitualmente en la bibliografía existente es el cambio en el tamaño de las pupilas. Este puede medirse mediante pupilometría, una técnica que se basa en una cámara para grabar los ojos y calcular el diámetro de las pupilas.
«Sabemos desde hace mucho tiempo que el tamaño de la pupila aumenta cuando una persona invierte cognitivamente. Por ejemplo cuando tiene que retener muchos números en la memoria», apunta Herrmann. «Muchas investigaciones de la última década también demuestran que el tamaño de la pupila aumenta cuando escuchar el habla supone un esfuerzo. Por ejemplo, cuando queda enmascarada por el ruido de fondo».
¿El problema? Medir el tamaño de la pupila es muy difícil. Esta parte de nuestro ojo es muy sensible a los cambios de luz, lo que hace que cambie de tamaño constantemente. Además, también parece cambiar (sin cambiar realmente) cuando una persona mira a la izquierda o a la derecha.
Así pues, medir el tamaño de las pupilas de un paciente durante una prueba de audición no parece buena idea, ya que los resultados pueden estar equivocados. Por ello, Herrmann y su colega M. Eric Cui se propusieron identificar una estrategia alternativa para detectar la escucha esforzada.
«Se han realizado algunos trabajos que demuestran que los movimientos oculares pueden indicar cuándo una persona está sometida a un esfuerzo mental», explica Herrmann. «Los movimientos oculares disminuyen ante tales retos cognitivos. Por eso, nos preguntamos si los movimientos oculares también pueden indicar problemas cognitivos durante la escucha, es decir, el esfuerzo auditivo».
Si no oímos bien, se nos paran las pupilas
Para probar su hipótesis, Herrmann y Cui realizaron una serie de experimentos con 26 adultos jóvenes de entre 18 y 35 años. Su objetivo era determinar si los movimientos oculares de estos participantes disminuían mientras escuchaban con mayor esfuerzo.
«Los participantes que acudieron a nuestro laboratorio llevaban auriculares con los que se reproducía el habla, escuchaban frases inconexas o historias. Utilizamos un rastreador ocular que puede seguir los ojos de una persona, para determinar hacia dónde miraban los participantes», explica Herrmann.
Las frases se reproducían con un ruido de fondo mínimo que exigía poco esfuerzo a los participantes para entender lo que se decía, o con un ruido de fondo intenso para el que la comprensión del habla requería mucho esfuerzo. «Mientras los participantes escuchaban el discurso, grabábamos sus movimientos oculares», continúa el doctor.
«Descubrimos que en las condiciones de escucha más esforzadas, es decir, cuando el grado de enmascaramiento del habla por el ruido de fondo era alto, los movimientos oculares de los individuos disminuían, en comparación con las condiciones de escucha más favorables», afirma Herrmann. Es decir, que cuanto más cuesta escuchar, menos se mueven los ojos.
En general, las conclusiones obtenidas por los investigadores ponen de relieve el valor potencial de utilizar grabaciones de los movimientos oculares para determinar cuánto esfuerzo supone escuchar en distintas condiciones. En el futuro, esta medida del esfuerzo auditivo podría utilizarse para crear nuevas pruebas de detección de la pérdida de audición en entornos clínicos.
«Nuestro estudio y otro publicado más o menos al mismo tiempo que el nuestro son los primeros en demostrar que el esfuerzo auditivo se asocia a una reducción de los movimientos oculares», afirma Herrmann.
En sus próximos estudios, a Herrmann y Cui planean explorar más a fondo el vínculo entre los movimientos oculares y la escucha esforzada. «En nuestro trabajo inicial sólo investigamos los movimientos oculares en adultos jóvenes sanos», añade Herrmann.
«Desde un punto de vista clínico, los próximos pasos son, sin duda, investigar si los movimientos oculares también indican esfuerzo de escucha en los adultos mayores, porque ésta es la población para la que nuestro nuevo enfoque puede ser más útil», aclara.
Por último, afirma que «tenemos previsto investigar si los movimientos oculares indican una reducción del esfuerzo de escucha cuando las personas son tratadas con audífonos, ya que esto podría ayudar a evaluar cuánto se beneficia una persona de la prescripción de audífonos».