Los lectores escriben sobre el particular sabor que tiene la comida hecha una madre, la violencia de género, el aumento de la desigualdad, y sobre los paraísos artificiales que crea la tecnología.
Los táperes se han convertido en un envase prácticamente imprescindible en muchas situaciones de nuestra vida: para los escolares, el trabajo… Pero hay que hablar de los táperes de las madres, de esas madres abnegadas, altruistas, que se resisten a romper el cordón umbilical del periodo fetal. Muchas veces, ese cordón ocupa kilómetros de distancia, ya que se puede extender hasta los puntos más distantes de la Península y en ocasiones por Europa; un cordón lleno de calorías, de proteínas para que los hijos estén bien nutridos. Y es que no hay nada como la comida de una madre. Son recetas culinarias llenas de amor y sabor, y nada te hace recordar tanto a tu propia casa como la cocina de mamá. Los hijos vuelven a sus casas, a sus destinos, con esa liviana carga de más, con esa apetitosa mochila y sus madres son felices y se sienten eternamente agradecidas con ese arrumaco por parte de sus hijos. Eso es amor, quien lo probó, quien lo vive, lo sabe.