La mayoría de los temores infantiles no representan una amenaza real, así que estos sentimientos se convierten en una oportunidad para hablar de emociones y que los niños aprendan a gestionarlas
Todos, niños y adultos, tenemos miedo a algo. A perder a una persona querida, a no recibir el afecto que necesitamos, a no ser aceptados tal y como somos o a no conseguir aquello que deseamos. También a la oscuridad, a las alturas, a montar en avión o incluso a un insignificante insecto. Cada persona manifiesta miedos distintos, a los que debe aprender a hacerles frente. El miedo es la reacción que se produce ante una sensación de peligro, amenaza o riesgo inminente, ya sea real o imaginario. Pocas emociones son más poderosas, invasivas y contagiosas que esta. Una emoción que aparece en nuestra vida desde nuestro nacimiento y nos acompaña hasta el final. Un bebé ya es capaz de sentir el miedo o la inseguridad de sus cuidadores y responder a él a través de su nerviosismo o llanto.
El miedo se contagia rápidamente y es muy destructor. Nos colma de nerviosismo, recelo o sensación de vulnerabilidad. Se vuelve tóxico cuando se prolonga en el tiempo y nos paraliza, cuando nos impide ser felices o desarrollar correctamente nuestras habilidades o cuando no nos permite trabajar por algo que deseamos. Una emoción básica y universal que es capaz de generar respuestas fisiológicas o corporales como la sudoración, la dilatación de las pupilas o el aumento del ritmo cardiaco, así como la liberación de hormonas como el cortisol o la adrenalina. Y efectos subjetivos como el bloqueo, malestar, preocupación, baja autoestima y, en un gran número de ocasiones, la sensación de pérdida total del control.
Séneca decía que a menudo sufrimos más por nuestra imaginación que por la realidad, y es cierto. Según los especialistas, el 87% de los miedos que sentimos no pasarán nunca. El miedo no es algo malo, es una emoción esencial que nos enseña a ser prudentes y buscar la seguridad. Nos protege ante los peligros, nos alerta de las amenazas y nos enseña a medir nuestras conductas. Sirve para poder reaccionar y escapar eficazmente de cualquier peligro inminente.
Los niños sienten miedos muy similares a los de los adultos que pueden condicionar de forma importante su desarrollo, relaciones y autonomía personal. Los sienten de forma muy intensa y, en ocasiones, de forma desproporcionada. Algunos de los temores más comunes que sienten son: a los sonidos estridentes, la oscuridad, las tormentas, las personas desconocidas o disfrazadas, a la muerte o a la separación de los progenitores. Muchos de estos miedos son evolutivos y van desapareciendo a medida que el menor va creciendo y madurando. La mayoría de los miedos infantiles no representan una amenaza real (los “monstruos” o los “dragones” no se comen a los niños ni se esconden debajo de sus camas), así que se convierten en una gran oportunidad para que los niños trabajen en sus habilidades de autorregulación.
Para su desarrollo es esencial que el adulto ayude al pequeño a reconocer sus miedos y regularlos correctamente. La herramienta para conseguirlo es la educación emocional. Una educación basada en ayudar al niño a identificar aquello que le genera el miedo sin sentir vergüenza ni estar condicionado a la reacción del adulto y a desarrollar todas las estrategias necesarias para poder hacerle frente. Un niño que es capaz de enfrentarse a sus terrores se sentirá seguro, tendrá confianza en sí mismo y mostrará mucha autonomía.
Claves para ayudar a un niño a superar sus miedos
- Dejar que el niño experimente con el miedo sin sobreprotegerle para evitar que sufra. Enfrentarse a ellos le permitirá desarrollar habilidades tan importantes como la resiliencia, la valentía y la toma de decisiones de forma autónoma. Si le negamos la experiencia de sentirlo, le estaremos privando de la oportunidad de aprender a protegerse y afrontar situaciones difíciles.
- Un niño necesita a su lado a adultos que mantengan la calma cuando él siente miedo, que legitimen lo que siente, que creen un ambiente seguro donde pueda expresar libremente sus temores, entenderlos y desarrollar estrategias para afrontarlos. Que le acompañen con grandes dosis de serenidad, comprensión y afecto conectando con todo aquello que necesita.
- Evitar ridiculizar al niño por los miedos que siente delante de los demás, sin reírse de él o castigarlo. La atención debe estar dirigida en buscar posibles soluciones para ayudarle a hacerle frente de forma eficaz a lo que siente y que le genere un aprendizaje. Será crucial valorar cada pequeño esfuerzo que haga por lograrlo.
- Explicar al niño que los adultos también sienten miedo y que eso no es nada de lo que uno deba avergonzarse. Compartir emociones sin complejos ni pudor ayudará al niño a aceptarlas mucho mejor y a no sentir culpa.
Es imprescindible que el niño no se sienta evaluado por el hecho de tener un determinado miedo, que el adulto le mire de forma incondicional y actúe de forma responsable para ayudarle a superarlo. Que entienda que el niño no tiene control sobre sus miedos y necesitará tiempo y paciencia para superarlo. Como decía Horacio, poeta lírico y satírico en lengua latina: “Quien vive temeroso, no será nunca libre”.