Los padres y madres deben establecer sobre el niño unas perspectivas adecuadas que le hagan sentir que confían en él, que le quieren sin condiciones y que le animan a ser valiente
Todos los seres humanos necesitan sentirse queridos y aceptados. Vinculados afectiva y emocionalmente a las personas con las que conviven: que les cuidan, protegen y les muestran a diario su afecto. Un apego que les proporciona bienestar y que es imprescindible para que puedan entender el mundo que les rodea y gestionar adecuadamente las emociones. Este apego se convierte en una zona segura y confortable donde las personas pueden desarrollarse con calma y confianza. Ese lugar donde se siente el amor y el apoyo, donde todas las necesidades básicas quedan cubiertas y las posibles amenazas están controladas. Un espacio cálido donde pueden ser tal y como son sin miedo a ser juzgados.
En el caso de los niños, el apego seguro es la relación que establecen desde el momento de su nacimiento con sus padres o cuidadores de referencia que les ofrecen la seguridad, comprensión y confianza que necesitan para construir una buena autoestima, aprender a relacionarse con los demás y entender un mundo que, a veces, va demasiado deprisa. Todos los niños nacen con un instinto irrefrenable de apegarse a un adulto para le ayude y atienda todo aquello que precisan.
La presencia y la ternura de las figuras parentales son imprescindibles para poder cubrir las necesidades afectivas y emocionales que tienen los pequeños. La forma de apego que reciban establecerá la forma en la que desarrollarán su personalidad, cómo serán capaces de enfrentarse al mundo y se relacionarán con el resto de personas.
Un niño no precisa saber que un adulto le quiere, sino que necesita sentirlo a diario sin ninguna condición. Que le amen, respeten y le acompañen con grandes dosis de cariño y empatía y que den respuesta a sus necesidades según el período evolutivo en el que se encuentre. Que le enseñen a regularse emocionalmente y a vincularse de manera sana con los demás. Que le ofrezcan el tiempo que necesita para aprender sin tener miedo a fallar.
No se debe creer que establecer un apego seguro generará una relación de dependencia entre padres e hijos. Si no todo lo contrario, este apego basado, en la protección y la confianza, potenciará la autonomía del niño a través de la exploración y la creatividad. Cubrir las necesidades no significa que se deba satisfacer todos sus deseos o caprichos o que pueda hacer siempre lo que le apetezca. Este apego le permitirá aprender a responsabilizarse de sus tareas, a tener iniciativa personal y a asumir las consecuencias de sus conductas y actos.
Un niño con un apego seguro habitualmente tiene mejor capacidad para aprender, mayor facilidad para adaptarse al entorno, desarrollar sus habilidades sociales y hacer frente a los problemas considerando el error como parte esencial del proceso de aprendizaje. En cambio, si un niño carece de este tipo de apego se mostrará muy dependiente del adulto, inseguro y tendrá muchas dificultades para tomar decisiones y a todo aquello que siente.
Algunas pautas que los padres puedan utilizar para generar vínculos de afecto y seguridad con sus hijos son:
- Respetar, legitimizar y acompañar desde la empatía todas las emociones que sienten sin cuestionarlas ni etiquetarlas. Enseñando a identificarlas y regularlas correctamente. Acompañando la rabia, el miedo o la frustración con empatía y grandes dosis de comprensión.
- Pasar tiempo de calidad con ellos para poder crear vínculos estables, fomentando así la comunicación asertiva y respetuosa. Mostrar interés por todo aquello que les guste, interese o preocupe compartiendo momentos de juego y tiempo libre. Estos instantes distendidos serán claves para la construcción de un apego sólido que dure en el tiempo.
- Explicitar a diario el afecto a través de los abrazos, las caricias, los besos, las cosquillas y las palabras de aliento. Sin condicionar el amor o apoyo en función de los resultados académicos que obtengan o de si el comportamiento es adecuado o no.
- Aceptar al niño tal y como es con sus virtudes y defectos, haciéndole saber que sus padres y madres le aman por lo que es y no por lo que hace o consigue. Establecer sobre él unas perspectivas adecuadas que le hagan sentir que confían en él, que le quieren sin condiciones, que le incitan a ser valiente. Mostrar una actitud abierta a escuchar, dialogar y solucionar conflictos desde el respeto.
- Ser adultos coherentes entre lo que se dice y se hace. Establecer y consensuar límites claros y estables estando presentes y disponibles en sus vidas.
Si se quiere que un niño sea feliz y se desarrolle adecuadamente, este necesita tener a su lado unos progenitores que le acompañen desde el respeto y la comprensión. Que le arropen y achuchen cuando las cosas no vayan bien y le animen a esforzarse y trabajar de forma exigente para poder conseguir todo aquello que desee. Como decía el psiquiatra canadiense Eric Berne: “La mirada de una madre o un padre es lo que convierte a un niño en un príncipe o una rana.”.