Esta emoción desagradable aparece en aquellas situaciones en la que nos damos cuenta de que no podemos conseguir alguna cosa importante para nosotros
“Hoy es el peor día de mi vida, nada ha salido como esperaba”, me dice mi hijo. “Entiendo que te sientas triste y enfadado, a nadie le gusta que no le salgan las cosas a la primera”, le explico. “¿Tú también te enfadas cuando te pasa?”, repregunta. “Ahora ya no, he aprendido que fallar es una maravillosa forma de aprender”, le consuelo. Vivimos en la sociedad de la inmediatez, donde todo va demasiado deprisa. Vamos corriendo a todas partes entrelazando tareas. Nos hemos acostumbrado a obtener lo que queremos sin demasiado esfuerzo, un solo clic nos acerca al instante a muchas cosas de las que deseamos. Nos impacientamos si las cosas no nos salen a la primera y mostramos muchas dificultades para tolerar la frustración, para manejar correctamente nuestros enfados o fracasos.
La frustración es una emoción desagradable que aparece en aquellas situaciones en la que nos damos cuenta de que no podemos conseguir alguna cosa importante para nosotros. La frustración es innata, pero también es susceptible de aprendizaje. Una sensación que mezcla la ira, la tristeza, la ansiedad y el enfado y que a menudo nos colma de decepción y desilusión. Podemos exteriorizarla a través del llanto, la agresividad, los gritos o el silencio.https://imasdk.googleapis.com/js/core/bridge3.502.0_en.html#goog_79469243
La tolerancia a la frustración es la habilidad que nos ayuda a afrontar los cambios inesperados y los fracasos, así como a saber manejar aquello que no está a la altura de nuestras expectativas. Desarrollarla es imprescindible para poder afrontar de forma saludable situaciones que nos generen sensación de impotencia, aquellas que en ocasiones hacen tambalear nuestros cimientos. La capacidad de afrontarla se da principalmente en la infancia y necesita de un aprendizaje específico. Al igual que los adultos, los niños deben aprender a gestionarla correctamente en su día a día para poder hacer frente a las adversidades. El temperamento de cada niño, la manera de gestionar las emociones y el estilo educativo de cada familia influirán directamente en el desarrollo de las habilidades necesarias para hacerle frente.
Las causas más habituales que provocan la frustración en los niños están relacionadas con la necesidad de atención, reconocimiento, independencia y autoafirmación. Si nuestros hijos no logran tener una buena tolerancia mostrarán muchas dificultades para controlar correctamente sus emociones, se mostrarán impulsivos e impacientes y buscarán satisfacer sus necesidades de manera inmediata. Se desmotivarán muy fácilmente ante cualquier contratiempo y abandonarán a menudo sus objetivos.
Un niño con una baja tolerancia a la frustración vive cualquier límite como injusto, tiene muchas rabietas y muestra dificultades para comprender que no le demos todo aquello que desea. Tendrá una baja capacidad para mostrarse flexible y para adaptarse correctamente a los cambios. Con los adultos de referencia se mostrará muy exigente e intentará manipularlos hasta que consiga aquello que desee.
Aprender a tolerar correctamente la frustración permitirá a nuestros hijos afrontar de manera positiva los diferentes retos y dificultades que les presentará la vida y desarrollar estrategias adaptativas que fomenten su autorregulación emocional y autonomía. Un niño con un alto nivel de tolerancia podrá mantener su estado de ánimo sin alteración aunque no vea cumplidas sus expectativas, pedirá ayuda cuando lo necesite y sabrá aceptar las críticas, trabajar en equipo y gestionar mejor los conflictos. Será mucho más optimista, se sentirá capaz de probar cosas nuevas y transformará las situaciones problemáticas en excelentes oportunidades para aprender y mejorar.
¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos a desarrollar una buena tolerancia a la frustración?
- Enseñándoles a enfrentarse a las situaciones negativas, difíciles o frustrantes con positivismo y a aceptar el error como parte imprescindible del aprendizaje. A perseverar y saber que las cosas cuestan un esfuerzo, que no todo se consigue a la primera.
- Convirtiéndonos en el mejor ejemplo que puedan tener a la hora de hacer frente a nuestra propia frustración. Pidiendo disculpas cuando nos equivoquemos con humildad y mostrándoles que con perseverancia y paciencia será mucho más fácil conseguir aquello que nos propongamos.
- Evitando la sobreprotección y la permisividad. Ajustando nuestras expectativas y aceptándoles tal y como son. Dándoles responsabilidades, dejando que se equivoquen y hagan cargo de las consecuencias de sus decisiones.
- Ayudándoles a marcarse metas razonables, realistas y precisas, animándoles a probar sin miedo, a soñar grande. Conseguir pequeños retos diarios mejorará la confianza y autoestima de nuestros hijos.
- Enseñándoles a identificar y gestionar las emociones que acompañan la frustración (miedo, enfado, ira, desesperación…) desde la calma y la paciencia. Atendiéndoles la emoción para ayudarles a modular, controlar y anticipar sus conductas.
- Siendo firmes y flexibles, mostrando una firmeza amorosa y estableciendo normas y límites consensuados. Enseñándoles estrategias para aprender a regular sus reacciones ante la frustración y los imprevistos.
La frustración nos enseña que la vida está repleta de alegría y tristeza, de felicidad y contratiempos, de aciertos y errores. Recordemos a nuestros hijos a diario que no es más feliz el que menos problemas tiene sino el que mejor sabe hacerles frente. Bruce Lee decía: “Sin frustración nunca descubrirás que puedes hacer algo por tu cuenta, crecemos a través del conflicto”.