Educar a nuestros hijos en términos claros desde la primera infancia equivaldrá a ofrecerles herramientas emocionales para toda la vida, ya que les ayudará a formarse como personas respetuosas y empáticas
Sin duda una de las tareas más complicadas a la hora de educar a nuestros hijos es aprender a establecer límites de manera correcta. A menudo, dudamos si al ponerlos estamos actuando de una forma demasiado permisiva o por el contrario, excediéndonos con el control. Sabemos que debemos poner límites a nuestros hijos, pero no sabemos muy bien ni cuáles ni cómo hacerlo.
En ocasiones poner estos límites nos genera sentimientos de culpabilidad o ansiedad porque los asociamos de forma errónea a poner restricciones o a no complacer los deseos de nuestros pequeños. Ser conscientes que ponemos límites para educar y proteger a nuestros hijos nos ayudará a obtener más seguridad y ser contundentes con las pautas que queremos transmitir.
Conseguir una dinámica sana en nuestra familia parte, en gran medida, de unos límites claros y respetuosos que permitan establecer unas relaciones armónicas y adecuadas basadas en el respeto y el amor incondicional. Estos límites permiten a nuestros hijos crecer con conciencia asumiendo sus responsabilidades, haciéndose cargo de sus decisiones y desarrollando habilidades sociales y emocionales imprescindibles para la vida.
Los límites no son normas rígidas, inflexibles y prohibitivas que tienen la intención de controlar, cohibir o sancionar. Son líneas invisibles que nos ayudan a estructurar la convivencia desde el respeto y la empatía. Nada tienen que ver con el abuso de poder que en ocasiones ejercemos los adultos para conseguir que nuestros hijos nos obedezcan o para solucionar conflictos.
En ocasiones confundimos los límites con prohibiciones o castigos que limitan el comportamiento del niño. Unas sanciones que carecen de aprendizaje y llenan a nuestros hijos de impotencia e incomprensión.
Los límites claros se usan con el objetivo de proteger, favorecer el desarrollo del vínculo y generar serenidad en nuestro acompañamiento. Crean un entorno de seguridad emocional necesario para el desarrollo integral de nuestros hijos que les hace sentir que sus necesidades están cubiertas.
Garantizan la pertenencia, favorecen el proceso de socialización y permiten al niño diferenciar entre lo correcto y lo incorrecto. Aportan valores tan importantes como el respeto, la coherencia y el compromiso. A través de ellos nuestros hijos aprenden cómo deben comportarse y relacionarse sanamente con otras personas para ser felices.
Los límites evitan la sobreprotección, fomentan la autonomía y ayudan a nuestros pequeños a conocer las conductas adecuadas. Consiguen que nuestros hijos se sientan escuchados y valorados y les ayudan a entender los códigos de convivencia que existen en la sociedad.
Los niños que viven en un hogar donde los límites son claros tienen más capacidad de identificar y gestionar las emociones, autorregularse y tomar la iniciativa. Son más valientes y seguros de sí mismos.
Si un niño crece en un entorno donde los límites no están bien establecidos mostrará dificultades para entender el mundo que le rodea, tolerar la frustración y relacionarse con los demás. Serán niños que se irritan con facilidad y gestionan mal las emociones cuando no consiguen aquello que se proponen.
Los límites deben establecerse desde la calma sin necesidad de recurrir a los premios o castigos. La rutina y la paciencia serán nuestros grandes aliados a la hora de establecerlos. Poner límites de manera adecuada ayudará a nuestros hijos a integrarlos como propios.
Los límites deben convertirse en una herramienta imprescindible para conseguir un ambiente de confianza en casa donde todos los miembros de la familia se sientan valorados y queridos.
Educar a nuestros hijos con unos límites claros desde la primera infancia equivaldrá a ofrecerles herramientas emocionales para toda la vida, ya que les ayudará a formarse como personas respetuosas y empáticas.
¿Cómo podemos establecer límites de manera respetuosa?
Estableciéndolos siempre desde el respeto, la empatía y la amabilidad. Eliminando los gritos, las amenazas y las represalias que dañan la autoestima de nuestros hijos y debilitan nuestro vínculo.
Involucrando a nuestros hijos en la elaboración de los límites familiares. Participar activamente en la redacción les hará sentirse protagonistas de su propio aprendizaje.
Explicándolos con claridad y consistencia a través de una firmeza amorosa. Asegurándonos que nuestros hijos entienden el límite y pueden expresar con libertad las emociones que estos les despiertan.
Adaptando los límites a la edad, características y necesidades de nuestros hijos. Cada fase evolutiva exigirá una reformulación.
Convirtiéndonos en el mejor ejemplo que puedan tener respetando nuestros propios límites y el de los demás.
Entendiendo que es muy normal que nuestros hijos intenten saltarse los límites que hemos establecido. La curiosidad y el carácter explorador propio de la infancia les hacen intentar saltárselos. Deberemos mostrarnos firmes y coherentes para evitar crear dudas o inseguridades.
Estableciendo consecuencias naturales y lógicas cuando nuestros hijos no respeten un límite. Unas consecuencias que nada que tienen que ver con los castigos carentes de aprendizaje y reflexión.
Consiguiendo que todos los adultos establezcan y respeten los mismos límites para conseguir ser coherentes ante nuestros hijos. Si hay divergencia de opiniones entre los adultos los niños recibirán un mensaje ambivalente.
Para que nuestros hijos crezcan sanos, responsables, independientes y autónomos debemos establecer límites claros y simples que les ayuden a entender el mundo que les rodea y las relaciones que se establecen. Estos límites les harán sentir que estamos a su lado apoyándolos sin condición.
Como decía Henry Cloud: “Los límites nos definen. Definen lo que somos y lo que no somos. Un límite nos muestra dónde termina y donde comienza la otra persona”.