Opiniones. Lectura de los libros de Piero Ghezzi, Eduardo Dargent y José Carlos Agüero que nos enrostran la realidad de nuestro país en la presente coyuntura social y política.
El pesimismo marca nuestra época. Pandemia, crisis política, la economía no mejora y hasta se augura una “guerra civil”. Parecemos destinados a empeorar sin remedio. ¿Realmente es así? Tres libros publicados recientemente comparten este ánimo escéptico sin caer en el derrotismo. Abordan falencias ignoradas y plantean alternativas para nuestro lóbrego escenario. No son libros optimistas, pero leídos en conjunto, abren vías para pensar nuestro país y evitar la intransigencia que nos envenena cada día.
Estado y mercado
“¡No más pobres en un país rico!”. De acuerdo, nos diría Piero Ghezzi, pero no somos un país rico. El Estado productivo (Planeta, 2021) de Ghezzi examina nuestro “crecimiento económico sin desarrollo” y sostiene que la riqueza de las naciones no se encuentra en sus recursos naturales sino en su estructura productiva. Allí tenemos serios problemas. El ansiado desarrollo es una utopía si persiste el dualismo-productivo: escasas empresas modernas acopladas a la economía global frente un archipiélago de microempresas con baja productividad. La falta de buen empleo, la informalidad y la desigualdad son el reflejo de una estructura productiva entrampada y desarticulada. Este tipo de economía generará una sociedad desigual, atomizada y desformal (Danilo Martucelli).
La ‘derecha empresarial’, nos dice el autor, insiste en un Estado mínimo (¡maldito estado ineficiente!); y la izquierda está obsesionada con la industrialización y el capítulo económico de la Constitución. Ambas recetas son equivocadas. La novedosa receta de Ghezzi consiste en… no tener receta. La apuesta es un “pragmatismo humilde”: pragmatismo para tomar decisiones desde la evidencia; y humildad para corregir aquellas acciones que no funcionen. El actor central es el Estado productivo, un Estado que lidere la “diversificación, sofisticación e inclusión productiva”.
Ni intervencionista ni desligado del mercado, el propuesto por Ghezzi es un Estado articulador de los agentes económicos en el mercado y potenciar las ventajas comparativas del país. La clave está en el aprendizaje mutuo, la coordinación y la cooperación entre el Estado, el sector privado y la sociedad civil. Pero construir un Estado activo y audaz requiere reformas. ¿Serán posibles?
Reformar
El páramo reformista (Fondo Editorial PUCP, 2021) de Eduardo Dargent responde a esta interrogante. Reformar es una tarea titánica con altas probabilidades de fracaso. No basta cambiar algunos malos elementos en el Estado, eso sería caer en la ingenuidad. Siguiendo a Mario Montalbetti, Dargent argumenta que no son las manzanas las que están podridas, sino el barril que las contiene.
El autor nos previene de victorias pírricas y desconfía de cambios radicales, fácilmente reversibles. Antes que un cambio de leyes, de constitución, de personas o de valores, reformar es un asunto de poder. Exige romper inercias, alterar el status quo frente a quienes se benefician de este y sostener los cambios en el tiempo. Reformar es “comprarse el pleito completo”. Requiere voluntad política, coaliciones de apoyo y capacidad para implementarlas (burocracia y técnicos comprometidos).
Sin embargo, los actores políticos hacen gala de insuficiencia, ingenuidad y arrogancia. Pueblan la esfera política tres tipos de actores: los libertarios criollos, los conservadores populares y la izquierda dogmática (“libertarios”, “fujimoristas” y “castillistas” parecen hoy encarnar estos roles). Ninguno asume los desafíos de reformar.
Un aspecto central es la resistencia del statu quo. El barril y las manzanas podridas se defienden. La corrupción no solo abarca al Estado central y el gran empresariado; envuelve todos los niveles de gobierno e impacta en la cotidianidad del ciudadano. Aún más grave, una sociedad y economía informal resultan reacias a las reformas. El diagnóstico es severo: el vínculo del ciudadano con la ley y el Estado está roto y continúa desvirtuándose mientras el Estado no puede regular intereses informales e ilegales.
El escenario político –gobiernos débiles, oposición revanchista y políticos aventureros– debe reestructurarse. Dargent convoca a una “coalición reformista” que ponga los bueyes delante de la carreta: actores políticos, técnicos y de la sociedad deben construir consensos sobre ideas plausibles. Ello requiere la cooperación, la humildad y la sensatez como virtudes. Hoy el reto es aún más grande. A los actores políticos precarios, las elecciones recientes han agregado una extrema desconfianza en la ciudadanía.
La ciudadanía
“No me importan estas elecciones, pero si no votas como yo, eres mi enemigo”. Escrito durante la segunda vuelta, Cómo votan los muertos (Siniestra, 2021) de José Carlos Agüero se adentra en la paradoja electoral: dos candidaturas indeseadas nos llevaron a una “guerra de salvación”. En un dilema sin solución, nos vimos obligados a elegir entre los peores males menores. Instalando el miedo, ambos candidatos se presentaron como salvadores frente al peligro extremo del otro candidato.
Cuando prima el terror, la política se transforma en una cruzada de redención. Para salvarnos, damos concesiones sin cuestionarnos. Al grupo de Pedro Castillo, los movilizaba un “ajuste de cuentas” de los de abajo contra los de arriba. El líder interpreta al pueblo, y en su nombre “todo se puede permitir”, desde la intolerancia hasta actitudes autoritarias.
Pero la candidata Keiko Fujimori nos pide un precio mayor, afirma Agüero. Para salvarnos exige “nuestra degradación”. Sumado al clasismo y racismo que alberga nuestra sociedad, quiso convertirnos en cómplices de una campaña macartista, de desinformación y ‘terruqueo’. El ensayo transita por los terrores activados en este grupo: el miedo al indio, al terrorismo, al chavismo, al comunismo, al caos y a las reformas estructurales. Al examinarlo en profundidad, Agüero encuentra que en realidad es un miedo al cambio. Ante la constante inestabilidad del país en plena pandemia y cuyo futuro se muestra ingobernable, los votantes atemorizados sienten que otro cambio drástico sería una calamidad.
Pero el miedo más patente es el miedo a la democracia por parte de las élites. El temor de perder privilegios derivará en una cínica campaña de “defensa de la democracia” e infundadas denuncias de fraude. Buscarán sabotear el principio democrático elemental: mi voto vale más que el tuyo. Para superar estas grietas, la invitación es a no ser gobernados por el miedo y comprender que seguiremos conviviendo con quienes votaron diferente a nosotros. A fin de cuentas, “el voto es parte de la política, no es la política”.
Si al lector le parece sensato este punto de partida, entonces no todo está perdido. Estos libros fueron publicados antes de conocer quién ocuparía el sillón presidencial y pensando en los desafíos del gobierno del bicentenario. Las lecciones brindadas convocan a un optimismo desencantado para renovar a una política y ciudadanía golpeada.