Con la vida en paralelo de dos personajes, Martín Ferrer y Julio Rangel, el escritor mexicano Daniel Krauze (Ciudad de México, 1982) ausculta la corrupción política reciente de su país en su última novela, Tenebra (Seix Barral). No aborda las componendas partidarias, sino, como él dice, cómo la corrupción moldea el alma de los ciudadanos. Ambos personajes, de origen social distinto, dan curso a una novela sórdida en donde el abuso del poder y la corrupción lo pudre todo.
¿Me preguntaba si Zavalita, personaje de Conversación en La Catedral, se había ido a México y se preguntaba en qué momento se jodió tu país?
Me lo pregunto mucho, pero creo que la novela no responde cuándo se jodió, más bien es como una exclamación ¡cómo se jodió México! Yo no soy politólogo, historiador, para hacer ese diagnóstico. No puedo decirte cuándo, pero sí puedo decirte que allí está, lo siento. Tenebra explora el deterioro contemporáneo del país en que vivo, pero en muchos sentidos. El deterioro del que hablo no está circunscrito solo a México sino también en otros países.
En América Latina hay novelas realistas que responden a motivaciones sociales, la tuya, sin dejar lo social, responde a motivaciones morales. ¿Es una novela de la corrupción?
En muchos sentidos es una novela de la corrupción, pero más que de la corrupción yo diría lo que la corrupción y la impunidad le hacen al alma de las personas. Es decir, lo que el vivir en un país sumamente corrupto le hace a la gente. Le trastorna el alma, y eso se extiende al entorno social, la familia, los amigos y colegas. Eso quería explorar. No tanto cómo funciona la corrupción, sino explorar el lado humano de esos problemas de mi país, que comparte con otros países.
¿El caldo de cultivo han sido los años de gobierno del PRI?
Sin duda alguna. Eso viene como un problema de fábrica. Yo no sabría decirte cuáles, pero desde la fundación de México, que fue violentísima, eso deja marcas en una sociedad que está por construirse. Más allá de eso, yo sí creo que el PRI estableció una manera de hacer política que, de algún modo, los mexicanos nos apropiamos de esa manera de hacer política. Yo creo que todos los mexicanos tenemos un pequeño priísta adentro. Todos somos un poquito corruptitos. Si podemos dar una mordida para que no nos multen, lo hacemos. Decimos, si otros lo hacen, nosotros también lo hacemos. Y los políticos ponen el ejemplo. El ciudadano copia el comportamiento del político.
¿Martín y Julio son dos maneras de instalarse ante la corrupción?
Yo creo que sí, pero creo que Martín, que parece el decente, tiene mucho más cola que le pisen que lo que él quisiera admitir. Martín es así porque le conviene en su narrativa como un hombre noble, justiciero, pero en el fondo le importan cosas más frívolas de las que él admite. A él no le importa tanto México sino le importan él y su familia, recobrar el honor y la fortuna familiar. En apariencia, uno es corrupto y el otro es honesto.
Pero Julio aparece como el resultado del molde.
Una frase en mi país dice: “En la política mexicana, tú no sabes cuánto puedes ganar cuando pierdes la vergüenza”. Y creo que eso es Julio. A Julio no le importa que abusen de él o lo humillen. Lo que le importa es que al final de mes recibe un chequesote, tiene un Mercedes Benz, un penthouse y viste bien.
La compensación social…
Claro, por el ascenso social. Dice, si para darme esta vida de apariencia lujosa, tengo que pasar humillaciones, no tener escrúpulos, perfecto, lo asumo. Julio gana la batalla, pero lo que pierde es la humanidad. Porque si alguna vez haces algo como él, olvídalo, ya no hay nada que hacer.
Tenebra expone racismo, machismo, clasismo. Se dice, “nadie que sea de un lugar que tenga nombre maya tiene dinero…”.
Y lo dice un hombre de tez oscura, como Landa. A mí me interesaba mucho hablar del racismo de México. Creo que es un problema del que recién se ha empezado a hablar, porque durante años pensábamos que vivíamos en un país donde no existía el racismo. Por eso me parece interesante Julio. Tiene dinero, es poderoso, ha logrado todo, pero no hay una sola persona que no le diga negro.
Frente a la corrupción, ¿la única forma de combatirlo es con el periodismo?
Es el periodismo el que pone el dedo en la llaga. Así o ha hecho durante el gobierno de Enrique Peña Nieto, de López Obrador. Es el periodismo el que ha mantenido incómodo al presidente. No por nada López Obrador abusa de los espacios en “La mañanera”, que es equivalente al “Aló, presidente” de Hugo Chávez, para denostar a cuanto periodista lo critique, precisamente porque sabe que la prensa tiene ese poder. Pero, por otra parte, en México ser periodista es el oficio más peligroso que ser montañista en el Himalaya. De esta situación destilé a Beatriz, personaje periodista que la paga caro. El periodismo es el único oficio que puede poner incómodo a un personaje como el senador Luna Bravo, porque ¿la policía lo va a agarrar? Nunca. ¿El senado lo va desaforar? Tampoco. Todos son sus cuates. Nadie lo va a tocar.
La corrupción compra o amedrenta al periodismo. Sobre el periodista Barrientos, dicen: “Nomás era darle un sustito y soltarle su miseria y con eso se arregla todo”.
(Risas) Me había olvidado de ese diálogo. Está bien… Me estoy riendo ahora que me lo recuerdas. Bueno, es que la novela también debía explorar otra realidad de México, que la prensa está al servicio de los poderosos. Tenía que estar Barrientos, porque tampoco quería caer en la simplificación de que todos los periodistas son buenos. Hay periodistas que están vendidos al poder.
En la novela va a haber cambio de presidente, los tentáculos subterráneos de la corrupción se extenderán al próximo gobierno. ¿La corrupción es un ejercicio de reacomodo?
Lo acabas de decir. Creo que le diste en el clavo. Es un ejercicio de reacomodo. Es, como dijo Lavosier de la materia, no se crea ni se destruye, solo se transforma. La corrupción en México es así. Eso se ve en el senador Luna Bravo. Uno se da cuenta de que va cambiando de lealtad política y empieza a adoptar un discurso similar a López Obrador. Claro, se da cuenta de que está en el Titanic que se hunde y tiene que brincar, como rata, a otro barco, aunque eso signifique cambiar ideológicamente.