A los 12 años, Manuelcha Prado se echó al hombro el ser artista. Ya lleva un trajín de cincuenta años en este país en el que ser artista, literalmente, es por amor al arte. Desde que vio con asombro en su Puquio querido a su paisano guitarrero Arturo Prado “Chipi Prado”, enredó su corazón y su vida a las cuerdas de una guitarra. Y dice que de allí nadie lo saca, ni ahora que candidatea para congresista invitado por la agrupación Juntos por el Perú. La cabra tira al monte.
Cincuenta años que ha remado guitarra en mano, casi siempre a contracorriente. Sin embargo, nada impidió que conquistara auditorios nacionales y extranjeros. Marcó un estilo en la música ayacuchana porque, como alguna vez me dijo, “mi guitarra no solo suena sino también piensa en el Perú”.
Y eso lo demuestra Manuelcha en producciones como “Guitarra indígena”, “Testimonio de Ayacucho”, “Galopando al sur”, “Madre andina”, “Vidallay vida”, “Saqra”, y “Kavilando”, entre otras.
Cincuenta años como para detenerse un momento y conversar en el camino, más todavía en medio de una terrible pandemia en la que los artistas no tienen trabajo hace un año.
¿En 50 años se hace mucho, pero qué dejó de hacer?
Uno siempre siente que ha hecho poco. Los años se van volando. Seguramente me hubiera gustado pisar el acelerador en algunos momentos, pero igual, hemos sido perseverantes. Cayéndonos y levantándonos. Sacando del dolor también fuerzas como en esta última etapa en que nos dejó ese gran motor, mi esposa Josefina. Eso fue un duro golpe. Me hubiera gustado, seguramente, hacer muchas cosas, como entrar en la política con más orden. Ordenar la mente y ordenar los proyectos, porque si no se los lleva el viento.
¿Qué ha nutrido a la guitarra ayacuchana para que sea particular?
Tiene alma, tierra, pero también tiene tradición. Ayacucho es el corazón herido del Perú y también de ese gran dolor se nutre la música ayacuchana. A Ayacucho llegaron los españoles con la guitarra, pero el espíritu de la tierra, montañas y los ríos, el quechua, se indigenizó. Un ejemplo claro son los morochucos de Pampa Cangallo. Los almagristas derrotados se refugiaron allí y hasta ahora podemos encontrar a hombres barbados, de ojos claros, blancones, pero chacchando coca, montando caballo y tocando waqrapuku y hablando quechua. El Ande les ganó.
Dicen que la modernidad es una amenaza a la música tradicional. Manuel Acosta Ojeda decía que fusión es confusión.
Yo creo que la modernidad tiene un rol. Nada es estático. El problema no es la modernidad. El problema es el criterio de cómo manejas la modernidad. Un artista que tiene firmeza, que conoce su cultura, que tiene los pies y sus raíces bien firmes en tierra, utiliza la modernidad para fortalecer su cultura. Pero un artista endeble y que más bien busca acomodarse, blanquearse en una falsa modernidad, que también existe, le saldrán confusiones. En ese sentido, nuestro gran MAO tenía razón.
Hace 20 años dirige un centro cultural. ¿Un bastión de resistencia de cultura andina?
Sí, pero también como ampliación de nuestra cultura. Repito, necesitamos usar la modernidad, en el centro cultural tratamos de hacerlo apropiadamente. Pero la resistencia cultural tiene que darse en todos los campos. Nuestra juventud debe conocer nuestros valores culturales.
Un candidato en un debate habló en quechua, casi todo el mundo se preguntó qué dijo. ¿Eso prueba que es una lengua postergada?
Es que el quechua, como lengua oficial, no está articulada en los grandes debates nacionales. Nuestras lenguas originarias deben ser progresivamente implementadas en los diversos niveles de los currículos de la educación nacional. Son portadoras de un gran caudal cultural. El quechua, por ejemplo, es una legua poética que fraterniza. Si no le damos la misma importancia que le damos a Machu Picchu, Choque Quirao, Nasca, podemos perderla. Y requiere también de una decisión política, así como cuando se creó el estado de Israel, el hebreo se estaba perdiendo, una decisión política la rescató.
Es candidato, ¿su guitarra se politiza?
Mi guitarra es transversal. El arte es transversal. El ciudadano Manuelcha está candidateando y ese ciudadano difícilmente se va a separar de su guitarra. Más bien soy consciente de que debemos unir al país a través del arte y la cultura.
Usted es un hombre de la tierra, su guitarra es de la tierra, ¿qué opina de la censura coyuntural del documental La revolución y la tierra?
No lo he visto, no sé cómo está planteado el tema. Mal haría en opinar.
Susana Baca hace poco me comentó que la ley del artista está incompleta. ¿Qué le falta?
Hay mucho que hacer. Se tiene que entender que el trabajo del artista es sui géneris. Por ejemplo, no tenemos empleador. Un día trabajamos en un cumpleaños, otro nos contrata el Estado, otro día en una peña o para un concierto. Por eso no se puede pretender un seguro social, prevención de salud y otros derechos. Estamos desamparados.
¿Qué hacer y cómo hacer?
Se tiene que adecuar la ley del artista a las necesidades actuales y crear el fondo nacional del artista a través de un impuesto selectivo al consumo. Eso falta. Eso ayudaría a todos los artistas, no solo a los músicos. Por ejemplo, un pago de la compensación por copia privada al cual estarían obligadas todas la empresas importadoras de aparatos de reproducción y grabación de música. Es que sí, mientras nosotros estamos un año sin trabajar, la música sigue sonando en la radio, celulares, grabadoras.
El desamparo de los artista se agudizó más con la pandemia.
Totalmente. No tenemos trabajo. Ah, no quiero olvidarme. Para ese fondo del artista también deben contribuir las empresas de bebidas alcohólicas, pues ganan harto en nuestros conciertos. Con ese fondo, los artistas no tendrían que esperar qué hospital le abre la puerta o morirse solos. Con ese fondo, el artista en el Perú no tendría que mendigar a nadie.
“Su guitarra marcó un estilo. Como alguna vez me dijo, su guitarra no solo suena sino también piensa en el Perú”.
“Si al quechua no le damos la misma importancia que a Machu Picchu, Nasca, lo podemos perder”