En 1975, el psicólogo húngaro Mihály Csíkszentmihályi llamó flow o fluir al momento en el que la mente humana está completamente inmersa en una actividad que le da tanto placer que las horas se pasan volando, la realidad se desvanece y se puede decir que alcanza la felicidad plena. Según Mihály todos tenemos la capacidad de alcanzar el flow, desde un músico absorto en componer una melodía, un matemático que resuelve un intrincado problema de aritmética, o un profesor que busca el método más eficaz para que sus alumnos aprendan la clase.
Cuando el joven profesor Walter Velásquez (33) leyó a Mihály tomó para sí sus planteamientos y los resumió en la frase: “Si no hay emoción, no hay aprendizaje”. El docente de ciencia y tecnología, nacido en Huancayo, cuya vida ha transcurrido por completo en el distrito de Colcabamba, Huancavelica, cree fielmente que los profesores deben aplicar todo artificio para transmitir el conocimiento a sus alumnos. Por eso, el año pasado, cuando cayó la pandemia, se cerraron las escuelas, y no pudo conectarse con sus alumnos, creó a la robot Kipi.
Muchos de sus estudiantes, que en tiempo normales bajaban a la I.E. Santiago Antúnez de Mayolo a recibir sus clases, habían retornado a sus comunidades (las más alejadas quedaban a cuatro horas caminando) y quedaron incomunicados. Hasta allá no llegaba la señal del internet, no todos contaban con smartphones y, en muchos casos, no tenían televisor para que al menos pudieran seguir sus clases viendo el programa estatal Aprendo en Casa.
A Velásquez se le ocurrió grabar el audio de dicho programa en un USB y llevarlo a las casas de sus alumnos para motivarlos, pero se dio con la sorpresa de que no tenían reproductores de sonido para ese formato. Entonces, se le ocurrió grabarlo en casetes. Repararía las radios viejas que tenía almacenadas en el laboratorio de ciencias de la escuela y las entregaría a los alumnos más aislados. Sin embargo, percibió que hacerles escuchar solo el audio resultaba muy frío, faltaba algo más.
Un día, una madre de familia, que tenía una hija con síndrome de Down, le dijo que no podía ayudarla con sus tareas porque era analfabeta. Esa orfandad fue la que encendió en Velásquez la chispa que lo llevó a crear a Kipi. En medio de una emergencia sanitaria, cuando pudo quedarse en casa y dictar clases solo a los alumnos que podían conectarse a internet, Walter optó por el camino más difícil: construir un robot y llevarlo a destinos a más de 4 mil metros de altura. Estaba motivado, en estado ‘flow’. Además de conocimiento quería llevar esperanza a sus alumnos.
Y la esperanza llegó en forma de esa extraña máquina, pariente lejana de R2D2, cuyo cuerpo estaba hecho de una galonera; su cabeza era una radio vieja; sus ojos, dos linternas; su cerebro, una tarjeta integrada a un USB. Silenciosamente, el profesor montado a caballo y con la robot a cuestas (eran los días de cuarentena nacional en los que no circulaba ningún vehículo), iba al encuentro de sus estudiantes, que se quedaban maravillados al escuchar hablar a Kipi, que reproducía las clases de Aprendo en Casa, así como audiolibros y preguntas que el profesor grabó para comple- mentar su clase de ciencias.
En julio pasado fue que la ingeniosa robot bilingüe –porque habla castellano y quechua– se hizo conocida. Alguien subió a las redes sociales un video de Kipi que Velásquez había presentado a sus supervisores como indicio de su peculiar método de enseñanza y se volvió viral. Su fama creció como la espuma. A Walter lo llamaban de todos lados. Un día era el reportero Gunter Rave y al otro el locutor de radio Nicolás Lúcar. Todos querían contar la historia de la androide que estaba mejorando la educación del VRAEM.
“Desde hace más de diez años les hablo a mis alumnos de la importancia de la solidaridad y el bien común, tenía que poner en práctica la teoría”, responde Walter cuando explica qué lo empujó a idear tan ingenioso aparato, pese a tener todo en contra: podía contagiarse de coronavirus, las comunidades de sus alumnos estaban muy alejadas, no tenía logística para trasladarse.
Kipi no ha sido el único emprendimiento del joven profesor de ciencias. Siendo un veinteañero echó a andar una serie de proyectos: Fundó un primer laboratorio de creatividad y tecnología; sus estudiantes de secundaria fueron finalistas de concursos de ciencias nacionales; sembró un biohuerto de plantas aromáticas que, como parte de una clase de química, los escolares convirtieron en aceites esenciales y luego vendieron a los saunas del pueblo; una de sus alumnas fue a un campamento científico de la Universidad de California en San Diego para desarrollar un estudio de hongos y bacterias que degradan los plásticos.
Por todo esto, Velásquez ha sido muy reconocido: ganó el concurso “Maestro que deja huella” auspiciado por un banco en 2012; obtuvo el premio Palmas Magisteriales del Ministerio de Educación en 2017; el Gobierno Regional lo nombró “Hijo predilecto” e “Ilustre huancavelicano” de la comunidad de Tayacaja. Velásquez es un profesor fuera de serie, y su ímpetu responde a algo muy concreto: no quiere que sus alumnos terminen como “mochileros”, o sea, llevando droga a cambio del dinero que los saque de la pobreza. Recordemos que el VRAEM –el Valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro– es una zona muy conflictiva por el cultivo de la hoja de la coca y la presencia del narcoterrorismo, y Tayacaja, donde está ubicado la escuela del profesor, es una de las provincias más pobres de Huancavelica.
“La educación puede ser un arma muy poderosa para contrarrestar los problemas sociales, enseñar no sólo se trata hacer abrir un libro y memorizarlo. No se trata de sacar buenas notas, sino de que encuentren lo que les apasione”, afirma.
En abril próximo se cumplirá un año desde que se prendieron el par de linternas que tiene por ojos Kipi, que empezará las clases del 2021 repotenciada. Gracias al auspicio de la empresa de energía Kallpa Generación, que se cruzó con el profesor en uno de sus viajes, el cuerpo de la robot ha sido di- señado en una impresora 3D, el panel solar que tiene como batería carga más energía y se le añadió inteligencia artificial.
A estas alturas Kipi puede responder más de 300 preguntas y es capaz de mover los brazos y la cabeza por orden de la voz humana. Walter, que llevó cursos de informática y programación, le ha dado un nuevo soplo de vida, y junto a un grupo de alumnos trabaja en siete réplicas en escala pequeña que serán donados a otras escuelas huancavelicanas.
Estas últimas vacaciones, la imaginación de Velásquez estuvo a mil: diseñó un videojuego de Kipi, desarrolló la Kipi-App y terminó el Kipi-libro, un material de lectura con toda la información que la robot almacena en su disco duro. El profesor es un coleccionista de anécdotas positivas: Cuenta que cuando el presidente Kennedy les preguntó a los astronautas porqué deberían ir a la Luna, ellos les respondieron: No iremos porque podemos, sino porque, precisamente, no podemos. Velásquez es un hombre de retos, y a donde no se pueda llegar, llegará con su robot.
*
Si alguien quisiera comunicarse con el profesor Velásquez para colaborar con el desarrollo del cerebro robótico de la robot Kipi puede escribirle a chizzz5@hotmail.com.