Leal discípulo de José María Arguedas, y quizás por ello uno de los más ardorosos cuestionadores de Vargas Llosa, Rodrigo Montoya es tal vez el más apasionado defensor del novelista andahuaylino, cuyo nacimiento (ocurrido hace ciento diez años) se conmemora hoy.
En un texto publicado hace varios años, Montoya afirma que en toda la obra de José María Arguedas -a la que califica como “ambigua y contradictoria”- se encuentra contenida la “utopía de todas las sangres como ideal” de respeto a la multiculturalidad de nuestra nación.
Muy interesante, sin duda. Pero yo me pregunto: ¿acierta Montoya al afirmar tal cosa? ¿En toda la obra arguediana, realmente, está contenida la “utopía de todas las sangres”?
Al cuestionar el ensayo de Mario Vargas Llosa –La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del Indigenismo- y al tratar de invalidarlo, Montoya creo que termina dándole la razón al autor de Lituma en los Andes. Aunque pudiera parecer increíble, virtualmente y a diferencia de muchos viscerales indignados, acepta que no es falso aquello de la “utopía arcaica” y la considera como solo un aspecto, “una cara de la luna”, en la obra del andahuaylino. Aquí, literal, lo que expresa: “Obsesionado (Vargas Llosa) por la llamada utopía arcaica, una cara de la luna, no quiso ver la otra y cae en el mismo error que critica tan duramente a Arguedas”. ¿Cuál es la otra “cara de la luna” a que alude Montoya? Esta, que ya mencioné antes: la “utopía de todas las sangres como ideal”.
Ahora, ¿es cierto que en toda o, dicho con las palabras de Rodrigo, “en la vasta, ambigua, y contradictoria” obra de Arguedas se encuentra el ideal de “la utopía de todas las sangres”? El mismo Montoya tiene la respuesta. La da al referirse así a Vargas Llosa: “… solo vio en la novela Todas las sangres el ejemplo perfecto de lo que él llama un ‘fracaso literario’, pero no la fuerza de su título, convertido en un ideal para el futuro del Perú”. Claridad meridiana, como diría un abogado. ¿Es la obra literaria la que ofrece o en la que está contenido el “ideal para el futuro”, al que se refiere Montoya? No, ese ideal se pone de manifiesto, o se insinúa, en una frase, en el título de la novela que solo le trajo malestares al taita José María: Todas las sangres.
Ah, y a propósito de esto, pregunto a los entendidos (y disculpen mi ignorancia e imprudencia): ¿este título tiene algo que ver con el contenido, el tema, el argumento, en fin, con lo que narra la tal vez más famosa novela arguediana? O, dicho al revés, y de manera acaso ingenua, ¿la novela mencionada es una suerte de apología o reivindicación, o muestrario de todas las razas, de todas las sangres que habitan el Perú? Vargas Llosa cree que sí: “La ambición de la novela -dice- se refleja en el título”. Veamos, pues, cómo sustenta su afirmación: porque allí, dice, “aparecen los Andes y la costa, los blancos y los mestizos; los ricos y los pobres…”. ¿Eso que aparece en la novela corresponde, realmente (transcribo lo dicho por Vargas Llosa), a “todas las razas, todas las regiones, todas las culturas, todas las tradiciones, todas las clases sociales del mosaico que es el Perú”? No, yo creo que no, porque en la novela en cuestión ni siquiera están todas las regiones, la selva, por ejemplo, ¿o sí? ¿Aparecen, tal vez, afrodescendientes, o quizás chinos? La novela se sitúa en un lugar de la sierra peruana y no se ocupa de un asunto de razas o cosa por el estilo. ¿Me equivoco?
Otra cosa. Casi cincuenta y seis años después de la mesa redonda, realizada el 23 de junio de 1965, en que fue duramente criticada, ¿qué sería lo rescatable, o más rescatable, de la novela Todas las sangres: la novela misma o solo su título? Desconozco la respuesta, pero creo que es bueno recordar que José María Arguedas, en tanto escritor, es reconocido sobre todo por Todas las sangres, pero no por la novela propiamente dicha. Muchísimos lo conocen y se sienten orgullosos de él, pero solo porque han escuchado o leído la frase que nombra a ese libro: un título que es realmente un estímulo invalorable y el reconocimiento exacto de nuestra realidad, porque identifica a nuestra nación como un crisol, efectivamente, de todas las sangres, y porque es asumido como una suerte de inspiración en la irrefrenable búsqueda de un futuro mejor para nuestra patria, para nuestra gente.
Ese título, que es entrañable, fue oído en diferentes partes del planeta, el 10 de diciembre del 2010, en la voz emocionada del por muchos repudiado Mario Vargas Llosa, al recibir el Premio Nobel en Estocolmo: “Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de ‘todas las sangres’. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y cultura procedentes de los cuatro puntos cardinales”. Y fue precisamente Vargas Llosa, en una declaración para La República en Estocolmo, tras recibir el Premio Nobel, que señaló estar de acuerdo en que el año 2011 fuese declarado “Año de José María Arguedas”.
Una última pregunta: ¿es, como dice Montoya, “ambigua y contradictoria” la obra literaria del amado José María Arguedas? Para mí -y lo digo categóricamente- no, no lo es.