La gran mayoría de escolares nunca pensó extrañar esas cuatro paredes de un salón, y que la entrada de un profesor, la clase de lo que fuera, sería el día feliz que no veían aparecer. La escuela se convirtió desde entonces en un gran recuerdo al que querían regresar con todo su corazón.
Antes que esto ocurriera, la Universidad Católica del Perú y UNICEF realizaron un estudio llamado Ser adolescente en el Perú. Y lo que allí se encontró sobre la escuela fue revelador. Ese espacio que hoy extrañan recorrer, si bien significaba para ellas y ellos un peldaño que debían subir para aspirar a seguir estudiando una carrera universitaria, era vista como una institución jerárquica, en muchos casos autoritaria, llena de formalismos y donde se impartían castigos que consideraban excesivos.
Pero eso no es todo, en relación con la calidad educativa que recibieron afirman que los contenidos que comparten sus maestros son de baja calidad y las jornadas de estudio son muy largas. A pesar de eso, saben que la escuela es el espacio oficial de aprendizaje y lo tienen que pasar. La sensación hacia sus profesores es mucho más amable. Les reconocen que, a pesar de los problemas, ellos hacen todo lo posible por mantener un buen clima dentro del aula y hay muchos docentes que se preocupan por su bienestar, algo que valoran mucho.
Si bien la pandemia los enfrentó al uso permanente de la tecnología, para ellas y ellos esta manera de comunicación ya formaba parte de sus vidas. “No es algo que nos enseñaran en el colegio. Era más bien para comunicarnos con los amigos fuera de la escuela”, sostiene Sonia, de Ucayali. Y es cierto. Los adolescentes entrevistados para el estudio señalan que lo que saben de comunicación en redes lo aprendieron explorando y lo utilizaban para encontrarse socialmente con sus compañeros y en algunos casos coordinar temas del colegio. Con la pandemia, esas habilidades se potenciaron porque seguir en la escuela implicó para ellos estar permanentemente conectados a través de plataformas virtuales.
Pero, más allá de la escuela la vida misma los ubica como una población productivamente activa. Aunque ellos no se reconocen como chicas y chicos trabajadores, lo cierto es que sí lo son. Ayudan en algún oficio o negocio familiar para ayudar económicamente a sus familias. A riesgo de descuidar sus tareas escolares, deben aprender a desdoblar su tiempo para que los deberes del colegio no compitan con las actividades productivas que deben asumir. Todo este esfuerzo está vinculado a sus aspiraciones de llegar a tener una carrera universitaria, convertirse en profesionales y sacar a sus familias de la pobreza.
“Si queremos tener un buen futuro nos tenemos que esforzar al máximo, eso lo tengo claro, No hay otra opción”, dice Mario, de 17 años que está en quinto de secundaria en Huancavelica. Esta afirmación, que es una constante entre las y los adolescentes es un concepto que puede resultar peligroso según el estudio: “Es peligroso porque de no conseguirlas dirigirán las críticas solo hacia sí mismos”. Y eso sería muy injusto para una generación que se impulsa todos los días para sortear los múltiples problemas que se les presentan.
¿Es un adolescente, un ciudadano sin opinión, interesado solo en sus temas, con tiempo para chatear con sus amigos, desligado de los problemas del país? ¿Una persona en peligro de salir embarazada si es mujer o bajo el estigma de convertirse en un ser peligroso si es hombre? Ese imaginario popular que se da en muchas personas está muy lejos de vislumbrar lo que son y las potencialidades que tienen. Antes de la pandemia, el estudio ya los identificaba como personas con una opinión crítica sobre lo que es la democracia, por ejemplo. Reconocen que viven en un país democrático porque hay elecciones, pero más allá de eso, no lograban identificar más elementos que sustenten esa posición. Incluso dentro de sus hogares no se sentían representados no solo por la falta de diálogo sino porque dentro de su núcleo familiar no les reconocían la capacidad de aportar u opinar sobre los diversos problemas de la sociedad.
A la luz de los hechos, la generación del Bicentenario formada también por estos adolescentes son capaces de mucho más. En ellos está la solidaridad, el empuje, la decisión, la fortaleza para levantarse y crear esperanza. Son ellos los que se han presentado como el motor de un país que voltea a verlos con sorpresa y respeto. Son aquellos que se han atrevido a Reimaginar un Perú mejor, y luchar cada día, para conseguirlo.