Los crustáceos se han adelantado a los deudos que estos días visitarán las tumbas del cementerio de Schoonselhof, en Amberes. Al menos un centenar de cangrejos de río jaspeados han invadido los estanques y corrientes de agua del camposanto. Y no son unos animales cualesquiera: como si protagonizasen un relato de terror de Halloween, resulta que la especie a la que pertenecen no la creó la naturaleza. Surgieron por accidente, no se sabe bien cuándo ni cómo, a partir de una mutación de otra especie de cangrejo de río. Además de su enorme voracidad, que arrambla con casi todo tipo de planta o animal que puedan comerse, presentan otra peculiaridad: la especie está compuesta solo de ejemplares hembra, que se reproducen sin necesidad de machos (por partenogénesis), y crean hijas que son clones de ellas mismas.
La nueva especie se detectó por primera vez en los años noventa en el ámbito del comercio de acuarios de Alemania. El primer aviso de que se encontraban a centenares en un cementerio de Amberes lo recibió un investigador de la ciudad flamenca. Analizó junto a otro colega fotos de unos crustáceos de río que habían aparecido en el cementerio, subidas a un portal de ciencia ciudadana. Para cerciorarse de que se trataban de la especie mutada (Procambarus fallax f. virginalis es su denominación científica provisional) ambos investigadores se desplazaron hasta el camposanto por la noche y allí, buscándolos con linternas, capturaron varios ejemplares. Los de las fotos no eran de la especie mutante, pero los que capturaron en el lugar, tras comprobar su morfología y genética, sí. De mayo a julio también visitaron y cazaron otros ejemplares de otra población en Amberes, donde más crustáceos hallaron, y otras dos cerca de Lovaina.
«Al parecer, alguien tenía el animal en su acuario y luego lo dejó libre en un canal», aseguró Scheers a un medio local, una cita que luego recogió The Brussels Times. «Es imposible reunirlos a todos. Es como intentar vaciar el océano con un dedal «, señaló el investigador, para añadir enseguida: «A menudo, la gente se cansa de sus animales o la población de cangrejos de río se está volviendo demasiado grande en casa. Debe de parecerles una buena idea dejar a los animales sueltos en la naturaleza».
La presencia de los crustáceos, que miden unos 10 centímetros y se desplazan por tierra y agua en la noche para colonizar nuevos hábitats, preocupa a los expertos. «Ejercen dos efectos drásticos en el biodiversidad. El primero, directo, porque se lo comen todo: desde detritos a plantas, insectos, anfibios o peces; el segundo, indirecto, porque interrumpen la red alimenticia y dejan las aguas enturbiadas y sin vegetación», detalla a EL PAÍS Scheers, que compara estos daños a los que causa el cangrejo rojo americano, otra especie invasora presente, entre otros muchos países, en España y Portugal.
Aunque surgieran en Alemania, la especie ya se reproduce en libertad por doquier: en varios países europeos y en destinos tan distantes como Madagascar o Japón. «Que esta especie sea partenogenética significa que puede crear poblaciones enteras a partir de un solo ejemplar, y eso facilita que se extienda cada vez más y que su número crezca con rapidez», apunta Scheers. Desde hace unos pocos años, ilustra, está prohibido venderlos, transportarlos, tenerlos o liberarlos en la Unión Europea y en varios estados de EE UU.
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Para colmo de males, no hay una solución fácil para erradicarlos. El único método que se ha demostrado efectivo se empleó en Escandinavia. El problema es que se consiguió usando pesticidas. Además del daño derivado en el entorno de esos productos, están prohibidos en Bélgica, así que la solución que queda, sostiene el investigador, es aislar las cuatro poblaciones detectadas y matar a todos los ejemplares en cada una de ellas.
Esa decisión, sin embargo, pende aún de una reunión de varios ayuntamientos que tendrán que acordar la medida de exterminio. Al menos, señala Scheers, en uno de los casos será fácil poner fin a los cangrejos, porque están en un estanque artificial que es fácil de acotar. Y también hay que contar cuántos son, algo que los científicos no pudieron hacer en su breve visita nocturna al cementerio.
El hallazgo de las poblaciones ha llevado a Scheers y a dos colegas del Instituto de Investigación de la Naturaleza y los Bosques (INBO en sus siglas en neerlandés) a escribir un artículo científico a la revista Bioinvasions Records que está pendiente de su revisión por pares y publicación. Pero para averiguar de dónde salieron los crustáceos del camposanto, la ciencia no parece que pueda ayudarlos: como todos los ejemplares son genéticamente idénticos, no se puede dibujar un árbol genealógico que apunte a su origen.