Cuando se habla de disciplina positiva se puede relacionar erróneamente con una educación sin límites. Sin embargo, la firmeza no tiene por qué estar reñida con el respeto mutuo. El cambio de paradigma consiste en sustituir la expresión “porque lo digo yo”, por una metodología que atienda las necesidades y emociones de los niños en cada una de sus etapas. Esta es la propuesta de María Soto, logopeda y educadora certificada por la Positive Discipline Association, que aporta herramientas de disciplina positiva en su libro Educa bonito (Editorial Vergara).
María Soto, logopeda y educadora certificada por la Positive Discipline Association.
María Soto, logopeda y educadora certificada por la Positive Discipline Association.
Pregunta. ¿Cuál es el error más frecuente en la educación de nuestros hijos?
Respuesta. Seguro que habrás escuchado alguna vez la frase “a mí me educaron así y no salí tan mal”, como forma de justificar una forma obsoleta de educar. Es verdad, no salimos tan mal, pero tampoco tan bien. Estamos educando con unas herramientas del siglo XX en pleno siglo XXI, cuando la sociedad, la forma de relacionarnos ha cambiado. Antes se trataba a los padres de usted, se obedecía por miedo más que por respeto, y las decisiones familiares se tomaban de forma vertical. Por eso es necesario un cambio en la forma de educar, para ofrecer a nuestros hijos herramientas suficientes para que aprendan a relacionarse de forma sana en la sociedad actual, que es horizontal.
P. ¿En qué consiste la disciplina positiva y cómo se aplica en el día a día?
R. La disciplina positiva es una metodología que tiene una base científica y aporta herramientas de neuroeducación que podemos aplicar a nuestra forma de educar. Ahora que sabemos cómo funciona el cerebro del niño podemos entender cómo crecen y qué necesidades tienen en cada etapa. La disciplina positiva consiste en un cambio de paradigma: educar sin premios ni castigos es posible; solo tenemos que aprender el lenguaje de los niños. Estas herramientas nos permiten ayudarles a crecer, para que aprendan porque nos admiran como padres y confían en nosotros, no por miedo o por conseguir un premio.
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P. ¿Cuáles son los riesgos de educar con premios y castigos?
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R. Los premios y castigos son condicionamientos: una forma de adiestramiento que se queda en la superficie. Con esa forma de educar no estamos enseñando una habilidad, sino a evitar o repetir una conducta para conseguir algo. El castigo es el origen del bullying, porque los niños aprenden también lo que es la venganza y a infligir dolor a otros. Y los premios y alabanzas son aún más peligrosos porque crean “cerebros adictos” a esa recompensa, una forma fugaz de alegría, que después serán los “likes”, el reconocimiento social, los piropos. Hay que enseñarles a buscar la felicidad con metas a medio y largo plazo, que se sientan orgullosos de sí mismos.
P. ¿Cómo se establecen los límites en la disciplina positiva?
R. De manera respetuosa. Podrías enfadarte, chantajear al niño, castigarle, o bien podrías pactar con ellos, desde pequeños, para que cuando crezcan confíen en sí mismos y en nosotros como padres. Por ejemplo, el gran debate de la hora a la que llegan a casa los adolescentes. Podemos plantear: “Confío en ti y tus amigos, sé que no vais a hacer daño a nadie ni a vosotros mismos, pero en las calles pasan estas cosas. ¿Qué hora te parece razonable?”. Dirá a la hora que llegan todos, claro. Pero se puede ofrecer varias opciones y se va probando. “¿A las ocho, las nueve de la noche es razonable? Como tú vas a ser responsable y vas a llegar a esa hora en punto, el día que haya una fiesta especial voy a confiar en ti y te dejaré llegar más tarde. Y si tú o algún amigo tuyo se mete en problemas sé que me vas a llamar”. ¿Por qué? Porque hay una confianza mutua y nuestro hijo sabe que no vamos a juzgar, reñir o castigar, sino a ayudar. Cuando a un niño le das confianza desde pequeño es innecesario imponer castigos.
P. Y cuando son pequeños, ¿cómo podemos interpretar un mal comportamiento?
R. Partiendo de la base de que un mal comportamiento es solo una mala decisión: la expresión de una necesidad, de encontrar su lugar. Esto es un lenguaje nuevo, el de los niños, que tenemos que descifrar y reflexionar sobre qué ha motivado esa conducta, no solo la conducta en sí. Ni ellos son malos hijos, ni nosotros, malos padres. En realidad, los niños son maestros de la empatía: lo que ellos sienten te lo harán sentir a ti porque no saben aún expresarlo con palabras. ¿Qué has sentido cuando ha dado un portazo? ¿Tristeza, ira, frustración, cansancio? Pues eso es lo que él siente y a partir de ahí cambia la perspectiva de nuestra relación con ellos. Los seres humanos nos comunicamos por contagio de emociones. El niño se va a contagiar de nuestras emociones: no atiende lo que le dices, sino a lo que les hacemos sentir y así nos harán sentir ellos.
P. ¿Cómo se puede “educar bonito” en plena pandemia?
R. Es una situación muy exigente para nuestros hijos porque están creciendo de forma contraria a la esencia humana, pero es algo temporal y estamos salvando vidas. Podemos dar la vuelta al mensaje del miedo, como en la película La vida es bella. Para crecer sanos emocionalmente, los niños deben sentirse seguros y capaces. Si estás escalando una montaña y el sherpa que te acompaña va llorando de miedo no vas a querer subir la montaña. Por eso necesitan que los adultos les transmitamos seguridad. Sí, la vida tiene momentos duros y difíciles, pero también momentos buenos e inspiradores, y vamos a aprender de todo esto. Con pandemia y sin ella, errores vamos a cometer siempre en la educación y no pasa nada, errar es humano. Lo que debemos recordar es que no se trataba solo de educar bien, sino de educar bonito.