La empatía es una emoción compleja que nos permite comprender lo que otra persona está sintiendo. Pero es una comprensión más allá de lo racional, más allá de la mente… Es una comprensión emocional e incluso física. Porque cuando sentimos una gran empatía, nos contagiamos de las emociones que siente otra persona.
Como puedes llegar a adivinar, la empatía es básica para vivir en un mundo equilibrado y es una herramienta esencial para los profesionales de la salud. Pero como todo, la empatía debe ser regulada para que sea sana y esta identificación con el otro no se convierta en patológica.
La empatía sana es aquella que nos ayuda a conectar con otras personas, nos permite observar las emociones ajenas y resonar con ellas. Pero al mismo tiempo, seguimos en contacto con nosotros mismos, sabemos que esas emociones no nos pertenecen, que son un reflejo de lo que siente otra persona.
La empatía saludable moviliza en nosotros la compasión, porque cuando vemos a alguien que sufre, intentamos aliviar ese malestar con nuestra presencia, nuestras palabras e incluso con nuestros silencios… acompañando. Y hacemos todo esto desde nuestra esencia, desde nuestro centro, sabiendo que somos una persona diferente al otro y que su alegría, sufrimiento, tristeza o ira le pertenecen a él o ella.
La empatía patológica… Es aquella conexión emocional que realizamos con otra persona y donde las emociones ajenas nos absorben totalmente, llegando a sentir exactamente la misma emoción que la otra persona. En este caso nos hemos apropiado de una emoción ajena y creemos que es nuestra. En esta situación, las barreras entre yo y el otro, desaparecen y nos convertimos en uno solo, sintiendo lo mismo.
El problema de la empatía patológica es que el contagio emocional es tan elevado, que nos perdemos a nosotros mismos en el otro y desde esa posición, no podemos ayudar porque sentimos tal malestar, sufrimiento, ira o tristeza, que solo podemos sentir la emoción, anulándose nuestra parte más racional y como profesionales de la salud, perdemos en un segundo todos nuestros conocimientos y experiencias.
La buena noticia es que puedes regular la empatía patológica. Cuando sientas que el relato de otra persona (un paciente, familiar del enfermo, un amigo o alguno de tus seres queridos) te absorbe hasta tal punto que solo sientes la emoción que te transmite el otro, llegando a experimentar físicamente esa emoción, tan solo tienes que respirar. Haz un breve ejercicio de respiración como este:
Continúa en la conversación y divide tu atención entre la otra persona y tu respiración. Tan solo observa cómo estás respirando, observa cada inspiración y cada espiración, quédate unos minutos contigo, volviendo a tu cuerpo, volviendo al presente a través de la respiración
La empatía y la compasión… Esta distancia emocional entre lo que el otro siente y lo que siento yo, es clave para poder ayudar de manera efectiva. En el momento en que estamos implicados emocionalmente en alguna situación, nuestra objetividad desaparece, la empatía sana se convierte en patológica y la compasión se convierte en lástima.
Cuando actuamos desde la lástima, movilizamos nuestros recursos para ayudar a otros, pero lo hacemos desde el miedo. El temor a que podamos sufrir tanto como el otro, nos paraliza y de ese modo ayudamos un poco “a la desesperada”, queriendo ahogar el sufrimiento porque si logramos que el otro no sufra, yo también elimino mi malestar.
Sin embargo, cuando actuamos desde la compasión, ayudamos desde nuestro amor. En esa situación no hay miedo porque nuestra empatía ha sido sana, hemos sabido mantener la distancia emocional, distinguiendo lo que uno siente de lo que siente el otro. La compasión y ayuda efectivas, siempre nacen desde el amor. Y el amor nos guía para reducir el malestar ajeno porque sabemos que todos los seres humanos queremos ser felices.
Somos sanadores heridos… Los profesionales de la salud tenemos heridas emocionales basadas en lo que hemos vivido y ciertos pacientes o situaciones, pueden desencadenar una re-apertura de esa herida que solemos esconder y que en ocasiones ni siquiera conocemos.
Esta re-apertura de la herida emocional, se produce por nuestra empatía, porque al conectar con el sufrimiento ajeno, nuestros propios sufrimientos vuelven a la vida, como si hubieran estado dormidos y se despertaran de repente.
La idea del sanador herido guarda una gran lección, y es que nuestras cicatrices son bellas y lo aprendido en esas experiencias que nos hirieron, es lo que nos permite ayudar mejor a otras personas. De modo que el arte de sanar a otros, implica no solo a nuestra mente, sino a todo nuestro ser. Y en ocasiones, nos sanamos a nosotros mismos en el camino de ayuda, lo que ejemplifica perfectamente cómo la vida es aprender y compartir.
Es probable que experimentes la empatía patológica cuando la herida de la otra persona despierta de nuevo tu conciencia sobre tus propias heridas y cicatrices. De modo que toma esas situaciones como oportunidades para aprender más de ti mismo y cerrar aquellas heridas que aún permanecen abiertas aunque escondidas.